Ariel Martínez Bordaisco: El atentado en modo grieta

En los últimos dos años hubo, al menos, tres momentos en los que una crisis nos dio oportunidades de superar la grieta. El primero, fue la pandemia. Ante lo inesperado, lo inédito, lo impredecible, la dirigencia política tuvo que dejar de lado diferencias coyunturales y abrazar la moderación: trabajar juntos, impulsar consensos y llevar tranquilidad a quienes esperaban de nosotros algo más. Funcionó un tiempo, después fue inevitable que la grieta vuelva a imponerse, porque las diferencias no fueron sobre matices, sino sobre cuestiones de fondo: vacunatorio VIP, cuarentena eterna, el cumpleaños de la primera dama.

El segundo momento, fue la amenaza a la gobernabilidad por razones de deuda. El gobierno estaba encerrado en un laberinto imposible: debía cerrar con el Fondo, pero en su interna no tenía posibilidades de resolución. La renuncia del jefe del bloque en Diputados los expresó con claridad, el voto en contra en el Senado ratificó la crisis. El acuerdo con el Fondo fue una contribución de la oposición a la gobernabilidad. Esta vez, hubo un gesto político de la oposición porque había un objetivo más grande que la grieta, mientras lo que se agrietaba era la coalición gobernante.

El tercer momento es este. Es el repudiable atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández, que unió en una condena inicial a la mayor parte de la dirigencia política. Si bien no todos, oficialismo y oposición no minimizaron el hecho: hubo una foto conjunta en el Senado, acuerdos de declaraciones, sesiones para expresar el enorme rechazo a lo sucedido. Claro que hubo excepciones, pero irrelevantes en su capacidad de daño frente al comportamiento general de los partidos y de la dirigencia.

Ese fervor de actuar nuevamente en conjunto frente a algo tremendamente importante para la vida institucional del país se evaporó en pocas horas: el análisis del Presidente echando culpas a los medios, a la Justicia y a la oposición por lo que llamó discursos de odio puso al tema en el prisma de la grieta, otra vez. La plaza, no fue una plaza de la democracia. Los gestos, concretos, más allá de los tuits, brillaron por su ausencia.

Esto generó una reacción peligrosa, no ya de los partidarios de uno y otro extremo, sino de la inmensa mayoría que mira con distancia a la política: la desconfianza. Ya se están difundiendo los primeros números sobre la reacción de la opinión pública, y es creciente la idea de que esto es “un circo”, “un montaje”, “todo armado”.

La desconfianza no es solamente hacia el oficialismo, supuesto “armador” de la ficción, sino hacia las instituciones en su conjunto: la policía, la PSA, la custodia, el Ministerio de Seguridad, la Justicia, los medios de comunicación, los peritos… hay un sinfín de instancias que deben funcionar mal para que este “simulacro” sea posible. Sin embargo, muchos militan activamente el negacionismo y la incredulidad. Todo un signo de la época.

Los discursos de odio se transformaron en la explicación posible. Nadie toma para sí la medida de lo que es, o no es, un discurso de odio, siempre vienen de algún otro sector, nunca es lo que uno escribe, dice o arenga. La agencia de noticias oficial, Télam, difunde una imagen de un revolver con un micrófono dentro del caño; Luis D’Elía le pone nombre y apellido a cada parte del arma utilizada para el atentado, acusando a periodistas y empresas mediáticas.

La titular del INADI nombra a políticos de la oposición como “los odiadores que cargan las armas”. José Mayans afirma que solamente habrá paz social si se suspende el juicio por la causa Vialidad, en una nueva violencia sobre la división de poderes. Son ejemplos sueltos, todos del oficialismo, que explica un atentado a partir de los discursos que circulan en la esfera pública.

El resultado: el tema nuevamente agrietado. Cuando se mete la grieta se termina el análisis, porque se partidiza y los que no creen ya no creerán, y los que creen no habrá evidencia que de allí los mueva. Es un juego de suma cero, totalmente inconducente.

De los discursos de odio no se saldrá con más discursos, se saldrá con gestualidades. Es un momento para hablar menos y hacer más. Poner el cuerpo en esto es sentarse a una mesa donde haya otros, es llenar una plaza entre todos, es ver que los de arriba se juntan. Se habló mucho de Raúl Alfonsín y Antonio Cafiero, del abrazo de Perón y Balbín. Está bien que se hable de eso, porque gestos así son poderosos, mientras que las palabras y los tuits son de una gran debilidad.

El gobierno es quien conduce y debe marcar el tono. Puede engañar a poca gente durante algún tiempo, como dice la frase atribuida a Abraham Lincoln, diciendo que busca la paz social mientras acusa y echa culpas. Pero no podrá engañar a muchos todo el tiempo, si sigue haciendo de cada cosa que pasa una disputa de la grieta.

 Ariel Martínez Bordaisco

Senador Provincial de Juntos