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Matías Tartara, director del Hospital Interzonal, advierte sobre el costo oculto de la violencia en el tránsito: la ocupación sistemática de áreas críticas por causas prevenibles resta capacidad de respuesta inmediata para ACV, infartos y otras emergencias naturales. Ante el “apagón estadístico” municipal que persiste desde 2023, el hospital ha debido asumir la generación de inteligencia de datos propia para no gestionar la salud pública a ciegas.
En diálogo el Retrato, Matías Tartara, director del HIGA, profundizó sobre las implicancias del informe epidemiológico reciente que ha puesto en cifras lo que los médicos de guardia viven a diario. Más allá de la estadística cruda de ingresos, el funcionario puso el foco en la cualidad de la demanda y su impacto en la logística hospitalaria. Los siniestros viales no solo abarrotan la sala de espera, sino que monopolizan el área de máxima complejidad técnica y humana destinada a estabilizar pacientes con riesgo de vida inminente.
“Cada vez que atendemos una causa prevenible, es un recurso finito que se destina allí y no se utiliza para otro tipo de atención”, explicó Tartara. Mientras que las patologías imprevisibles, como un infarto o una ACV, requieren una ventana de atención inmediata para reducir secuelas, el siniestro vial es, por definición, una falla en la prevención primaria. “En la mayor cantidad de casos, son cuestiones que se pueden evitar con control vial, respeto a las normas y medidas de protección: no son fatalidades, son consecuencias”, subrayó.
La violencia de los impactos y la saturación del “Shock Room”
El 70% de los lesionados son motociclistas jóvenes, y la mitad de ellos circulan sin casco al momento del impacto, algo que deriva en cuadros de politraumatismos graves que requieren una inversión desproporcionada de insumos, diagnósticos por imágenes y horas de personal especializado.
“El primer lugar donde se los recibe es en el Shock Room, donde va lo más grave, lo que no puede esperar”, detalló el director. Incluso en casos donde la evolución posterior es favorable, el protocolo médico obliga a bloquear camas de terapia intensiva o de internación general de manera preventiva. Un paciente que ingresa con pérdida de conocimiento o traumatismo de cráneo por no llevar casco debe ser monitoreado en áreas críticas hasta su estabilización, restando plazas operativas para otras urgencias clínicas que no tienen origen en la inconducta vial. Esta saturación “preventiva” pone en jaque la rotación de camas, un activo vital para un hospital de derivación regional.
Gestionar a ciegas: el desafío ante el silencio municipal
El diálogo con Tartara también expuso la orfandad de datos oficiales con la que opera en el sistema de salud local. Ante la falta de publicaciones del Observatorio de Seguridad Vial del Municipio, que interrumpió la difusión de sus informes en 2023, el HIGA ha tenido que asumir un rol que excede su función puramente asistencial como es la producción de inteligencia estadística para comprender la realidad.
Tartara reconoció esta falencia sistémica como un obstáculo mayor para la planificación de políticas públicas eficientes. “Cuando careces de estos números, no estás teniendo una base sólida para la toma de acción, es gestionar a ciegas”, admitió. El director describió el trabajo del servicio de epidemiología del hospital como una suerte de “mea culpa” institucional necesario para llenar el vacío informativo que dejó el Estado municipal.
El director del nosocomio aclaró que estos datos hoy el hospital procesa en soledad: “Sirven para una mejor redistribución de recursos sin necesidad de gastos mayores. Nos permiten ver si hay que poner una patrulla en un lugar en vez de otro, o si el problema está generalizado”. De hecho, el informe hospitalario derriba mitos: si bien existen “puntos calientes” en avenidas troncales como Champagnat o Juan B. Justo, la siniestralidad se muestra dispersa por toda la trama urbana, lo que sugiere que el problema no es solo de infraestructura puntual, sino de una cultura de manejo degradada que requiere campañas masivas de concientización, hoy ausentes.
Fiestas de fin de año: un operativo de “alto riesgo”
De cara a la celebración de esta noche, el HIGA ha activado sus protocolos de temporada alta, integrados la combinación estadística de alcohol, juventud, euforia festiva y motocicletas convierte a estos días de diciembre en un momento crítico para la guardia de emergencias.
Si bien Tartara señaló un matiz interesante, donde los feriados suelen compensar la suba de accidentes recreativos con una baja en la circulación laboral y comercial, el mensaje institucional ante la cultura del exceso que suele imperar en las Fiestas fue: “Si uno bebe, no conduce. Es una regla de oro que no admite excepciones. Y hoy más que nunca, están accesibles todos los medios de transporte alternativos y las aplicaciones digitales para volver seguros”, enfatizó.
La apelación final del director no fue médica, sino profundamente social, instando a las familias a tomar un rol activo en la prevención antes de que sea tarde: “Nunca es grato tener que estar velando por un paciente en el hospital en una fecha tan sensible. El final de cualquier festejo debe ser volver a casa, no terminar en una sala de espera de terapia intensiva”. La advertencia es clara: el sistema de salud está preparado y en alerta, pero su capacidad es finita ante una demanda que, en gran medida, depende de la responsabilidad individual.
