En Mar del Plata, la postal urbana ha cambiado de manera drástica en los últimos meses. La crisis laboral que atraviesa la ciudad se refleja no solo en las fábricas que cierran sus puertas y en los comercios que bajan sus persianas, sino también en las calles, donde columnas de alumbrado, semáforos y paradas de colectivos se han convertido en improvisados tablones de anuncios. Allí, vecinos sin empleo buscan sobrevivir ofreciendo sus servicios a través de carteles escritos a mano o impresos en hojas simples.
Los despidos se multiplican a diario y el achique de personal golpea tanto a grandes empresas como a pequeños negocios. Ante este panorama, la creatividad y la necesidad se unen: plomeros, pintores, profesores de piano, albañiles y otros trabajadores independientes recurren a la vía pública para difundir sus propuestas. Las paredes , columnas de alumbrado e indicadoras de las lineas de micro que recorren la ciudad se llenan de mensajes que, más allá de su precariedad estética, transmiten la urgencia de quienes intentan sostenerse en un contexto adverso.
Este fenómeno, visible a lo largo y ancho de Mar del Plata, habla de una sociedad que se resiste a la resignación. La gente honesta busca alternativas para ganarse la vida sin recurrir al delito. Cada cartel es un testimonio de dignidad, un recordatorio de que detrás de la crisis hay personas que apuestan por el trabajo como herramienta de subsistencia.
La ciudad, conocida por su turismo y su movimiento cultural, hoy exhibe otra cara: la del esfuerzo cotidiano de quienes, sin empleo formal, intentan abrirse camino en un mercado laboral cada vez más reducido. En medio de la incertidumbre, las pegatinas callejeras se transforman en símbolo de resistencia y en un grito silencioso que reclama oportunidades.
