(el Retrato en España) Por las mañanas, cuando el sol acaricia las piedras antiguas de la Plaza Constitución, en el corazón de la ciudad vieja de Alcudia, hay una figura que se mueve con la calma y la energía de quien ha hecho de su vida un acto de servicio. Es Ceferina San Pedro Cascón, una mujer de 75 años que llegó a Mallorca hace 55 y que todavía hoy mantiene intacta la pasión con la que empezó junto su esposo en la Fonda Llabrés, un lugar imposible de no visitar, como ella misma dice con una sonrisa que ilumina la barra.
“Esto está abierto desde 1956” recuerda, con la seguridad de quien lleva más de medio siglo escuchando las historias que guardan sus paredes. “Bueno, creo que ya existía antes. Lo que pasa es que mis suegros lo compraron en esa fecha.” Y añade, casi con orgullo, “fue el primer restaurante que hubo. En aquel tiempo no había turismo, no había casi nada, y pertenecía a la familia de mi esposo”
La Fonda Llabrés nació como esas casas de comidas de antaño, donde se ofrecía desayuno, comida y cena a los viajeros que llegaban a la isla. Con el tiempo, la fonda fue creciendo, sin perder su esencia. “La fonda quiere decir eso, un lugar donde se come y también se duerme, pero con un trato familiar, cálido”, explica Ceferina. Hoy, el espacio es oficialmente un hotel boutique, con 21 habitaciones, pero ella insiste en mantener el nombre de fonda. “Porque no quiero quitarle el alma”, dice.
La herencia de un amor y un oficio
Ceferina se casó joven y, junto a su marido, tomó las riendas del negocio familiar. “Cuando nos casamos, mis suegros y mis cuñadas ya se quisieron retirar y nos dejaron a nosotros el mando.” Fueron años de trabajo, de proyectos compartidos y de sueños cumplidos. “Era fácil entonces, porque yo era joven y estaba enamorada. Él tenía las ideas y yo las ejecutaba. Siempre a su lado”, recuerda con ternura.
Pero la vida le puso una prueba dura cuando en 2005 falleció su esposo. “Desde entonces me quedé más sola. Porque cuando está el marido, todo es más bonito… uno coordina, comparte, se apoya. Pero bueno, seguí adelante, por él y por lo que construimos juntos.”
Hoy, con 75 años, confiesa que mantener la tradición se ha vuelto más desafiante. “Ahora ya me resulta un poco más difícil. Es el momento en que tengo que tomar decisiones.” Habla de su hijo mayor quien colabora activamente con ella y ha sido el impulsor de nuevas ideas, como la apertura de una heladería. “Él siempre tiene iniciativas. Vamos a hacer esto, vamos a probar aquello”, cuenta, entre orgullosa y divertida. Su otro hijo trabaja de conserje en un hotel, pero pasa todos los días por la fonda. “Y mis nietos también vienen. Es un negocio familiar, una tradición que continúa.”
Un hogar para generaciones
La Fonda Llabrés no es solo un hotel ni un restaurante. Es un lugar de memoria viva. Hay familias que llevan décadas hospedándose allí. “Tenemos una familia, los Cerdá, y otra, los Carreres, que venían desde los tiempos de mis suegros. Han venido los abuelos, los hijos y ahora los nietos. Para mí eso es muy bonito, es como si fueran de la familia.”
Tanto así que, cuando los Carreres cumplieron 25 años viniendo sin falta, Ceferina organizó un homenaje. “Le dije a la alcaldesa que había que celebrarlo. Así que preparamos un buffet, vinieron los periodistas y la alcaldesa les entregó flores. Fue muy emocionante.”
Esa fidelidad se explica por algo que ella considera su mayor tesoro: la gente. “Aquí atendemos siempre los mismos. Maribel, por ejemplo, lleva 30 años con nosotros; Toni, 35. Y cuando los clientes vuelven cada verano y los atiende la misma persona, eso les encanta. Es como volver a casa.”
El alma mallorquina en cada plato
La cocina de la fonda conserva el sabor de la tradición. “Nosotros hacemos comida mallorquina, aunque claro, también tenemos que incorporar platos que los turistas piden: espaguetis, hamburguesas… hay cosas de las que no te puedes librar”, dice entre risas. Pero lo que realmente tiene fama son sus cocas de patata, una receta heredada de su suegra, y las galletitas que prepara con la fórmula de su madre. “Cada día en la barra hay la receta de mamá”, cuenta con un brillo en los ojos.
Ceferina habla de su trabajo con una devoción que trasciende lo profesional. “Yo no he sacrificado mi vida, mi vida la he vivido aquí”, dice sin dudarlo. Y lo cierto es que su historia se confunde con la de la fonda misma: los años de turismo incipiente, la transformación de Alcudia, de aquel pueblecito de 2.000 habitantes a la ciudad vibrante de hoy, y las olas de visitantes que, verano tras verano, vuelven buscando ese mismo calor humano que solo ella sabe dar.
Los años difíciles y las pequeñas alegrías
Durante la pandemia, la fonda cerró sus puertas por primera vez en décadas. “Fue un tiempo difícil, pero también bonito”, recuerda. “Porque estábamos solos, sin clientes, y compartí mucho con mi nieto. Jugábamos carreras hasta el coche, y yo le decía: si nos ve la policía, nos arrestan. Y él se reía. Era un momento de ternura en medio de tanto miedo.”
A pesar de todo, el negocio sobrevivió. “Tuvimos ayuda del gobierno, los empleados estuvieron en ERTE. Fue duro, pero resistimos. Como siempre.”
Lealtad, amor y promesas
Ceferina ha tenido ofertas para vender la fonda, pero su respuesta es firme: “Por encima de mi cadáver.” Lo dice medio en broma, medio en serio, pero con la convicción de quien entiende que hay cosas que no se negocian. “Sería como serle infiel a mi marido. Él amaba la fonda, porque se crió aquí. Y mantenerla es mi manera de seguir siendo fiel a él.”
El lugar, con su terraza soleada y su aroma a café recién hecho, se ha convertido en símbolo de la historia de Alcudia. Cada rincón tiene una anécdota, una foto antigua, una risa compartida. “Cuando miro esas fotos y veo a mi marido con sus amigos, me parece que todavía están aquí”, confiesa.
Un sueño pendiente y un asado prometido
A lo largo de su vida, Ceferina ha conocido gran parte del mundo, aunque hay un destino que todavía le falta: Argentina. “Nos prometió que cuando viaje con su amiga, la platense Ana Jofre, irá a Mar del Plata para compartir con el Retrato uno de sus clásicos asados”, cuenta riendo, mientras se imagina el viaje. “Tengo muchas ganas de conocer, de probar ese asado argentino del que todos hablan.”
Su entusiasmo es contagioso. Habla con la misma pasión con la que sirve un café o recibe a un huésped. Porque para ella, el trabajo no es solo una ocupación: es una forma de estar en el mundo.
Una vida dedicada a servir
Han pasado 55 años desde que aquella joven Ceferina llegó a Mallorca, y nada parece haber apagado su energía. Cada mañana abre las puertas de la fonda, saluda a los vecinos, revisa las habitaciones, conversa con los clientes y se asegura de que todo funcione como debe.
Cuando le preguntan si piensa retirarse, sonríe: “Mientras tenga fuerzas, seguiré aquí. Porque esto no es solo mi trabajo, es mi casa, mi familia, mi historia.”
Y mientras la vida sigue su curso en la Plaza Constitución, la Fonda Llabrés continúa siendo ese refugio donde el tiempo parece detenerse, donde las generaciones se mezclan y donde una mujer de 75 años demuestra, día tras día, que la verdadera pasión no envejece.
