(el Retrato en España) Ceferina San Pedro Cascón nació en Ciudad Rodrigo, una encantadora localidad de la provincia de Salamanca, donde la vida transcurría tranquila entre calles empedradas y costumbres antiguas. Desde muy joven, mostró una gran habilidad para la costura, un oficio que se convertiría en un principio su medio de vida, sino también en el hilo que uniría su destino con el del amor de su vida.
A los 20 años, con una maleta llena de sueños y esperanza, partió hacia Alcudia, en Mallorca. Lo hizo atraída por la oportunidad de trabajar en uno de los primeros hoteles que abrían sus puertas al turismo: el Hotel Bocaccio.
Por entonces, los tiempos eran distintos. En Salamanca ganaba apenas 200 pesetas, pero en Alcudia su salario ascendió a 5.000 pesetas al mes, una fortuna para una joven de su edad. Aquel cambio representaba mucho más que dinero: era la promesa de una nueva vida, de independencia y, sin saberlo aún, del amor.
El encuentro que cambió su vida
Llegó junto a otras 28 chicas de la provincia, todas con la misma ilusión de forjarse un futuro en esa tierra desconocida bañada por el mar.
Una tarde, tras una larga jornada sirviendo desayunos, comidas y cenas, decidió junto a una amiga aventurarse a un Can Picafort. Fueron en autobús, pero al regreso no había transporte. Rieron, hicieron autostop y el destino, caprichoso y romántico, decidió intervenir.
Un coche se detuvo. José Llabres conducía. Aquel encuentro casual fue el inicio de una historia que el tiempo aún susurra entre las calles de Alcudia. Conversaron, se rieron, y al poco tiempo José les prometió volver a buscarlas. Y cumplió. Desde entonces, sus vidas empezaron a entrelazarse, puntada a puntada, como las telas que ella cosía con paciencia y amor.
De José la cautivó algo que pocos hombres poseen: su manera de hablar. Aunque era mallorquín, había estudiado el bachillerato en Lluc, un monasterio con una educación rigurosa, y su gramática perfecta la fascinó. “Me enamoré locamente”, recuerda con una sonrisa dulce y melancólica.
Su amor creció rápido, sincero, sin artificios ni promesas vacías, y al año y medio se casaron. Viajaron a Salamanca para pedir la mano de ella a su padre, quien, aunque al principio dudaba de aquella unión tan lejana, terminó aceptando con cariño y orgullo.
Con el tiempo, toda su familia terminó también mudándose a Mallorca, llevados por el cariño y las oportunidades que la isla ofrecía. El amor no solo había unido a dos personas, sino a dos familias enteras.
Un legado que perdura
Hoy, muchos años después, recuerda con ternura a José, su gran amor, quien ya no está físicamente, pero vive en cada rincón de su memoria.
“Aunque vaya como ha ido hasta ahora, con que sigamos mejorando, ya me conformo”, dice con serenidad. En sus palabras hay sabiduría y calma, la paz de quien ha amado profundamente y ha trabajado con dignidad.
Su vida, como sus costuras, está hecha de dedicación, paciencia y amor. Y aunque el hilo del tiempo se haya llevado a José, su historia sigue bordada en el corazón de Alcudia, donde una joven salmantina encontró, sin buscarlo, el amor eterno.
