 
	(el Retrato en España) La lluvia cae con suavidad sobre las losas del Paseo de los Tristes, donde el murmullo del agua se mezcla con el eco lejano de las conversaciones en distintos idiomas. Es una noche húmeda y templada, y frente al cielo encapotado, que recibió a “el Retrato” en su paso por Granada.
Llegar a esta zona en la península y no caminar sus estrechas calles, más allá de la persistente lluvia, sería un verdadero pecado. Y más lo sería no observar, por mas agua que caiga, a la Alhambra, que se alza como un faro dorado sobre la colina de la Sabika.
Sus torres, empapadas por la lluvia, parecen respirar entre destellos de luz y sombras, mientras los paraguas de los turistas dibujan un mosaico de colores que se mueve lentamente por las calles empedradas.
El aroma a tierra mojada y azahar desprendido de los jardines del Albaicín envuelve la escena. Desde el Paseo de los Pontones, o de los Tristes, como muchos aún lo llaman, apoyados en que ese era el camino que usaban los deudos para transportar a sus fallecidos, camino al cementerio.
Por el lugar transitan decenas de visitantes se detienen, pese al chaparrón, para admirar la fortaleza nazarí reflejada en los charcos. Algunos alzan sus móviles, otros simplemente contemplan en silencio, conscientes de estar ante una imagen irrepetible: la Alhambra bajo la lluvia, con sus muros iluminados que parecen fundirse en oro líquido.
La lluvia, lejos de ahuyentar a los visitantes, parece conferir al conjunto monumental una belleza íntima, casi melancólica. La iluminación de lo que fue ciudad palatina, Casa Real cristiana, Capitanía General del Reino de Granada, y fortaleza militar hasta llegar a su declaración como Monumento en 1870, le da un aura especial a los contornos de la Torre de la Vela y el Palacio de Carlos V, mientras el agua corre por los canales antiguos, recordando el pasado musulmán de la ciudad.
“Es como si la Alhambra respirara distinta”, comenta una turista argentina que aguarda bajo su paraguas naranja. “De día es majestuosa, pero de noche, mojada y silenciosa, parece viva”. A su lado, un grupo de visitantes asiáticos se toma fotografías, las luces reflejadas en los charcos convirtiendo cada imagen en un cuadro impresionista.
A lo lejos, las campanas de la Catedral marcan la hora. En el mirador de San Nicolás, las gotas resbalan sobre los muros de piedra mientras tres músicos callejeros afinan sus guitarras bajo un toldo improvisado. La ciudad entera parece rendirse ante la misma escena: la Alhambra iluminada, suspendida en el tiempo, resplandeciendo entre la lluvia como un sueño que se niega a desaparecer.
Granada, en noches como esta, no es solo una ciudad: es un espejo de luz y memoria donde la historia sigue brillando, incluso bajo el agua.
 es un espejo de luz y memoria donde la historia sigue brillando, incluso bajo el agua.
Nosotros felices de haber sido partícipes, a pesar de la lluviosa jornada, de una visita que no dudamos, será inolvidable
M.A.
