
(el Retrato en España) Guillermina Siringo y Gastón Sphata, dos marplatenses que llegaron a Alcudia, una pintoresca localidad de Mallorca, hace más de dos décadas, comparten la historia de cómo decidieron dejar Argentina para empezar una nueva vida en España. En diálogo con “el Retrato” hablaron de la llegada, el armado de una familia, los sinsabores de la pandemia , y se refirieron con humildad del éxito alcanzado en base al trabajo y al esfuerzo compartido.
“Yo vine en febrero del 2000 a Alcudia“, relata Gastón, quien llegó con una idea vaga, buscando una oportunidad tras años de trabajo como coordinador de viajes en Argentina. La situación económica en Mar del Plata lo había agotado, y a los 22 años decidió probar suerte en otro lugar. “Mar del Plata estaba complicado, y yo ya estaba un poco cansado de todo”, admite.
La llegada de Gastón a Alcudia marcó el comienzo de una nueva etapa, pero no fue hasta 2003 que conoció a Guillermina, quien también había llegado a la isla con un plan diferente. Estudiaba para ser contadora pública, y vino a pasar unas vacaciones a visitar una amiga. “Nos conocimos y decidimos emprender juntos”, recuerda Guillermina. A partir de ese encuentro, ambos comenzaron a dar forma a lo que sería su negocio de bijouterie.
El camino no fue fácil. Empezaron con un pequeño puesto de bisutería en Pachá, una discoteca que ya no existe, y las primeras ferias y mercados fueron complicados. “Cuando empezamos, no teníamos idea de nada, ni de cómo comprar en Madrid, ni de cómo ir a China“, confiesa Gastón. Lo que parecía ser un desafío enorme, pronto se transformó en una oportunidad.
Las primeras ventas fueron mínimas, y a menudo los ingresos no alcanzaban para cubrir los gastos. “En nuestra primera feria, el 27 de marzo, hicimos solo 17 euros”, recuerda Gastón, quien, sin embargo, no se desanimó. Al contrario, decidió apostar por su propio proyecto y dejar de lado el camino tradicional. “No voy a ir a buscar un trabajo que me paguen a fin de mes. Quiero trabajar para mí”, afirmó con determinación, aún cuando las ganancias eran mínimas.
El primer gran desafío fue aprender a manejar el negocio. No solo se trataba de encontrar buenos productos y venderlos, sino de entender el mercado local, los precios y la logística detrás de la compra y venta. “Cuando empezamos a comprar mercadería, nos cobraban precios altísimos por cosas que valían mucho menos. Pero lo vendíamos, aunque no sabíamos si estábamos ganando o perdiendo dinero“, relata Guillermina, quien a pesar de no tener experiencia en el rubro, rápidamente se sumergió en el negocio con el mismo ímpetu que Gastón.
Con el paso de los años, la pareja logró consolidar su emprendimiento. El negocio de la bisutería se transformó en algo rentable, y, a medida que aprendían más sobre el mercado, comenzaron a adquirir productos en China y Madrid, lo que les permitió diversificar su oferta y aumentar el volumen de ventas. La apertura de la primera tienda en 2008, en Puerto Pollenza, marcó el inicio de una nueva etapa para Angkor, el nombre que eligieron para su marca. “Empezamos a ver el negocio de otra manera”, dice Gastón, quien reconoce que la tienda fue un punto de inflexión.
Para 2011, ya tenían seis tiendas, cinco propias y una en franquicia, aunque la franquicia no tuvo el éxito esperado, principalmente por la falta de comunicación y la toma apresurada de decisiones por parte de los franquiciados. A pesar de este tropiezo, la experiencia les enseñó a ser más cuidadosos con las inversiones y a consolidar su negocio sin apuros. Para 2017, sin embargo, el mercado comenzó a cambiar y las ventas bajaron.
La importancia de estar bien ubicados en el mercado nunca fue más clara que en esos años. Según Gastón, el secreto de su éxito no solo radicaba en los precios y la calidad de la bijouterie, sino en la ubicación estratégica de los puestos y tiendas. “Si estás en el lugar correcto, la venta viene sola”, afirma.