
(el Retrato en España) Al igual que sucede en mar del Plata y otras ciudades del país, en España también se sufre el cierre de kioscos de venta de diarios, potenciados en un primer momento por la pandemia y luego el avance de la tecnología, que ha hecho que el diario de papel pase a ser historia.
Por estas tierra recuerdan que fueron, una especie de faros urbanos, pequeños templos de papel que abrían antes que nadie y cerraban después que todos. En sus estantes convivían los titulares que marcaban la agenda mundial, las revistas de moda que hacían soñar y los coleccionables infantiles que aguardaban a la salida de la escuela. Los kioscos de la isla fueron algo más que un punto de venta: eran parte del pulso cotidiano de la ciudad. Hoy, sin embargo, se apagan en silencio, arrastrados por una combinación letal de modernidad, burocracia y desinterés
La caída del papel
La primera herida llegó con la digitalización. Los lectores de prensa, cada vez más habituados a consumir noticias desde el móvil, dejaron de comprar diarios en papel. Las cifras hablan por sí solas: desde 2010 las ventas de periódicos y revistas cayeron más de un 60 %. Para los kiosqueros, aquello significó ver reducidos sus ingresos a la mínima expresión.
Un canon imposible
A esa sangría se sumó un segundo golpe: los altos cánones que apli.can por estos lugares las municipalidades. Por ejemplo un taxista de Palma, que supo tenerlo como trabajo estable, indicó ante “el Retrato” que en última adjudicación, la comuna de ese lugar exigía cerca de 80.000 euros anuales a la concesionaria, además de una inversión considerable en renovación de estructuras. Un costo difícil de soportar incluso en tiempos prósperos, y prácticamente imposible en plena debacle del papel.
Diversificar, pero con trabas
El Ayuntamiento de Plma, dijo, intentó dar un respiro con un nuevo modelo de negocio que permitiera diversificar la oferta. Se autorizó la venta de bebidas frías, comida envasada e incluso hasta la instalación de cajeros automáticos, algo impensado en Argentina. Pero la realidad fue otra: no se permitió vender café o chocolate caliente, para no competir con los bares cercanos, y las máquinas bancarias nunca llegaron a instalarse. “Lo que debía ser un salvavidas se convirtió en un espejismo” afirmó con tristeza el hombre del volante.
Una rutina que se extingue
En medio de esta tormenta, los kioscos fueron perdiendo su esencia y, finalmente, su razón de ser. Palma se fue quedando sin esos mostradores donde la actualidad se servía en papel, sin esos vendedores que conocían de memoria a sus clientes y reservaban la revista favorita del niño o el suplemento de crucigramas para el jubilado.
El cierre de los kioscos no es solo un hecho económico; es también un cambio cultural. El algo que no solamente aquí se extingue, sino ue va marcando el fin de una costumbre que marcó generaciones: la del paseo matinal para comprar el periódico, el saludo al kiosquero y la primera lectura en las clásicas terraza de un café.
Para muchos vecinos, el cierre de estos puestos significa perder un punto de referencia cotidiano. Para otros, es simplemente el fin de una era que la pantalla digital ha borrado sin miramientos.
El ex kiosquero, con un marcado dejo de nostalgia recordó que “ más allá de vender periódicos, representaba nuestra cercanía, conversación y memoria compartida. Los kioscos fueron la voz de la calle; su ausencia, en cambio, deja un silencio difícil de llenar”.