“La forja se está fundiendo”: Guillem Cerdá Marquet y su lenta desaparición

(el Retrato en España) En medio del bullicio de la Feria de Alcudia, entre puestos temáticos que recrean escenas de otras épocas, hay uno que parece detener el tiempo: el de Guillem Cerdá Marquet, herrero y forjador, quien con sus manos curtidas por el hierro mantiene encendida la llama ,cada vez más débil, de un oficio ancestral. Uno que, según dice con resignación, “se está fundiendo”.

Cerdá Marquet forma parte de los mercados temáticos con una propuesta que combina arte, historia y artesanía. Lo suyo es la forja tradicional, una labor que va mucho más allá de doblar hierro al rojo vivo. En su puesto exhibe espadas, piezas decorativas y armamento forjado con técnicas que hoy parecen sacadas de un museo viviente.

“Yo vengo de Pollensa, que  es una de las primeras fundaciones romanas en la isla. Hay ruinas, un teatro romano… Así nació la idea del mercado romano, y aquí lo que hacemos es enseñar lo que hacemos. En mi caso, forja. Trabajo hierro. Hago espadas, armamento, piezas decorativas”, cuenta.

El trabajo de Guillerm no es el de una cerrajería común. Es arte con historia, paciencia y fuego. Pero lo que fue durante siglos un oficio imprescindible, hoy apenas sobrevive como un eco del pasado.

“¿Vivir de esto? No. Hay gente que lo hace, pero yo sinceramente solo participo en cinco mercados al año. Si alguno no me compensa, cierro el taller. Así de simple”.

Un arte sin herederos

Habla sin dramatismo, pero con esa sinceridad melancólica del que ama lo que hace, aun sabiendo que está destinado a desaparecer. Dice que se acerca la prejubilación y que, aunque nunca le ha faltado trabajo, el camino ha sido cuesta arriba.

Desde el principio intenté aplicar el diseño a mi trabajo. Buscar un cliente que no encuentra lo que quiere en talleres grandes o con materiales prefabricados. Hay un pequeño hueco para nosotros, los que hacemos cosas únicas. Pero es pequeño”.

Sus ojos se iluminan un poco cuando habla de los balcones antiguos que observan en distintos lugares  de Alcudia, con rejas trabajadas a mano, con detalle. “Eso se llevaba mucho en Argentina también, en su época fuerte”, dice con una sonrisa fugaz, como recordando tiempos donde la forja aún tenía un lugar en la ciudad y en la vida cotidiana.

Hoy, el principal obstáculo no es el hierro, ni siquiera el precio de los materiales, sino el tiempo. El tiempo que lleva formar una pieza, y el tiempo que cuesta formar a una persona.

Las horas de trabajo son impagables. Es muy difícil encontrar un cliente que esté dispuesto a pagar lo que vale de verdad una pieza forjada. A veces me preguntan si uso forja falsa o prefabricados. Intento adaptarme a lo que el cliente busca, pero claro que dan ganas de decirles que no. Que prefiero hacer las cosas como antes. Pero uno sigue, aunque el cuerpo y la mente estén cansados”.

Sin relevo generacional

Lo que más le duele, reconoce, es la falta de continuidad. No hay herederos. No hay aprendices. Ni siquiera interesados.

“No tengo relevo generacional. Tengo un nieto de 10 años, pero olvídese. Los chicos hoy no se acercan, no comprenden este oficio. Y formar un aprendiz me cuesta mucho dinero. Además, debo invertir tiempo en enseñarle. Y al poco tiempo se va. Como todos. No es factible”.

Cerdá Marquet forma parte de una generación que sostiene con esfuerzo la memoria de un mundo que ya casi no existe. Un mundo donde los oficios eran parte del alma de un pueblo, donde el hierro no salía en serie de una máquina, sino de manos negras de hollín y fuego.

Cada golpe de martillo en su taller es también un intento por frenar lo inevitable: la desaparición de un arte que durante siglos fue símbolo de fuerza, de permanencia, de creación.

Y sin embargo, ahí sigue. En su puesto, en sus mercados, con su fragua y sus piezas únicas. Como si el tiempo no pudiera del todo con el fuego de la forja.