Ingresar a una rotonda, un ejemplo de respeto a las normas

Uno de los lugares de mayor cantidad de accidentes, muchas veces luctosos, en  Mar del Plata (y también Argentina) son las rotondas. En la ciudad por ejemplo las situadas en la Costa y  Constitución, Ruta 2 y Constitución, las de Libertad , Luro, Colon y Juan B. Justo y Champagnat son motivos de estudios y propuestas que solo siguen en los papeles y durmiendo en algún cajón burocrático, sea este Provincial o Local, sin solución a la vista.

Conducir en cualquier respetciudad o ruta española y ver el respeto por las normas de tránsito nos muestra lo lejos que estamos de lograr, al menos, algo parecido o similar con la finalidad de evitar choques y hasta peleas, vaya a sucederse en los inmediato.

Los que han tenido la oportunidad de conducir por España, verá que las rotondas son una pieza clave del orden vial. En Argentina, muchas veces son una fuente de caos. La diferencia no está en la forma circular del asfalto, sino en algo mucho más profundo: el respeto a las normas y la cultura del tránsito.

En territorio español, la regla es simple y conocida por todos: quien ya está dentro de la rotonda tiene prioridad, y quien quiere ingresar debe esperar. No hay espacio para la ambigüedad. Esta norma, sumada a una fuerte educación vial y un sistema de sanciones claro y efectivo, hace que el tránsito fluya sin sobresaltos, incluso en ciudades de alto tráfico como Madrid o Barcelona.

El conductor español no necesita “adivinar” qué hará el otro: hay una previsibilidad basada en el cumplimiento de la norma. Las multas por no respetar la prioridad pueden superar los 200 euros, y más allá del castigo, hay una conciencia social que refuerza el cumplimiento. El orden en las rotondas es el reflejo de una cultura de convivencia vial madura.

En Artentina en cambio, la historia es otra. Aunque el sentido común indicaría respetar al que circula dentro de la rotonda, las normas cambian según la provincia o incluso según la ciudad, y muchas veces no se hacen cumplir. En algunos lugares tiene prioridad el que entra, en otros el que circula, y en varios casos nadie lo tiene claro. El resultado: frenadas bruscas, bocinazos, discusiones y, muchas veces, choques evitables.

La rotonda, que debería ser una solución para el orden y la fluidez del tránsito, termina siendo una trampa. Y esto no se soluciona solo con carteles: requiere educación vial sostenida, unificación de criterios y control efectivo. Hoy, en muchas ciudades argentinas, el caos se impone porque las normas no se conocen, no se enseñan o no se hacen respetar.

El contraste entre España y Argentina muestra que no se trata solo de infraestructura, sino de un compromiso social con las reglas. Donde las normas se cumplen, el tránsito fluye. Donde cada uno hace su propio juego, gana el desorden.

La buena noticia es que el cambio es posible. Basta con mirar cómo lo hacen otros países y animarse a adaptar lo que funciona. Porque una rotonda no debería ser un ring de boxeo: debería ser un ejemplo de cómo circular en comunidad.

M.A.