La mirada de un periodista español sobre la realidad que se vive en Argentina

Podríamos titular esta nota “Así nos ven por el mundo”, o como bien dice su autor, Daniel Capó, “La motosierra entra en crisis” en su columna de opinión en El Diario de Mallorca. Un lugar donde habitan unos 35 mil argentinos que emigraron del país en busca no solo de un mejor destino económico, sino de seguridad personal y familiar.

El texto publicado por ese diario en su edición señala textualmente:

El populismo da muchas vueltas y revueltas. Milei llegó al poder en Argentina con un mensaje de ruptura con el pasado. Y había motivos para ello: una larga historia de decadencia política, económica y social; la corrupción masiva de los valores que introdujo el peronismo; y los trágicos crímenes de la dictadura militar. La motosierra, que Javier Milei blandió en campaña, simbolizaba la catarsis de un pueblo agotado y malherido. Es evidente que su discurso intelectual resultaba pobre y poco matizado; en cambio, sus intuiciones básicas (la necesidad de ajustar el gasto público y de liberalizar la economía) son probablemente acertadas en el contexto de un país en quiebra. Un intelectual argentino me habló del desarraigo de sus ideas, en el sentido de que no se las puede juzgar con una racionalidad de laboratorio. A la occidental, para entendernos. En todo caso, es probable que no sea el mejor momento para la finura argumentativa.

Hay que reconocer que, en su primer año de gobierno, Milei alcanzó algunos logros notables. Los más destacados han sido la rebaja de la inflación y el ajuste fiscal, conseguidos en tiempo récord. El peso se estabilizó de entrada por medio de la disciplina presupuestaria. Y tras el shock inicial, el crecimiento del PIB se aceleró notablemente gracias a la apertura del crédito y a la mayor confianza internacional que generaba el país. En aquel momento, pareció que Argentina podía entrar en un círculo virtuoso y asomarse a un futuro mejor. A veces, un mínimo de estabilidad es suficiente para salir del remolino. Ese «a veces» oculta un punto de escepticismo, pero no excluye la esperanza.

Recordemos una vieja lección de Josep Pla: la realidad no tarda en poner a prueba los milagros. Y así fue. La relajación del cepo cambiario convive hoy con el recelo hacia la moneda. Las continuas intervenciones del Banco Central para defender el peso erosionan las diminutas reservas de dólares, hasta el punto que el Secretario del Tesoro norteamericano ha tenido que salir al rescate, a saber con qué contraprestaciones. El coste de la vida sigue resultando insoportable para gran parte de la población. Y los escándalos de corrupción que salpican a la hermana han roto el hechizo moral que sostenía la narrativa del presidente argentino. Este no es un dato menor. Los grandes sacrificios exigen también una gran confianza. Su quiebra tiene el efecto de un pecado original en el electorado.

La reciente derrota en Buenos Aires debe leerse en este marco. No supone el final político del proyecto de Milei, pero sí la pérdida de la inocencia. Con el emperador desnudo en las calles, ¿qué permanece entonces de esa democracia fatigada?

Al menos, dos lecciones se anuncian entre líneas para nosotros. La primera es una admonición que haríamos mal en desdeñar: la ira popular es un combustible que devora cuanto toca. Debemos protegernos de ella y no alimentar su discurso con éticas justicieras. La segunda lección tiene que ver con una palabra de honda raigambre nacional, tantas veces tergiversada: el «regeneracionismo». Sin una justicia independiente, sin separación de poderes ni sentido de la responsabilidad, lo que permanece es una retórica hueca al servicio de los más poderosos.

Es cierto que los populismos viven de criticar el sistema, aunque dependen de él para sobrevivir. Actúan, por tanto, de forma parasitaria. ¿Cómo puede un país institucionalmente frágil convertir la polarización social en un reformismo sano y sostenible? Son preguntas que me hago a mí mismo.