
El escenario central de esta elección es la Capilla Sixtina, decorada por los majestuosos frescos de Miguel Ángel. Antes de iniciar las votaciones, los cardenales entonan el canto Veni Creator Spiritus e inmediatamente después hacen un juramento de confidencialidad. Una vez pronunciada la frase “Extra omnes” (“todos fuera”), se cierran las puertas y comienza el aislamiento absoluto.
Solo pueden votar los cardenales menores de 80 años, quienes escriben el nombre de su elegido en una papeleta que depositan cuidadosamente en una urna colocada sobre el altar. Para que haya elección válida, se requiere una mayoría de dos tercios de los votos.
El mundo sigue el proceso atento al tradicional humo que sale de la chimenea de la Sixtina: negro si aún no se ha alcanzado un acuerdo; blanco si ya hay un nuevo Papa. Desde el cónclave de 2005, se utilizan productos químicos para que el color sea claramente distinguible, evitando así confusiones como las que ocurrieron en elecciones anteriores.
Aislamiento y medidas de seguridad
Durante el cónclave, los cardenales permanecen completamente incomunicados: no pueden usar teléfonos móviles, ni acceder a internet o medios de comunicación, ni recibir visitas. Se alojan en la Casa Santa Marta, modernizada por Juan Pablo II luego de su experiencia personal en elecciones anteriores.
Una figura clave en todo este proceso es el Camarlengo, quien verifica oficialmente el fallecimiento del Papa, organiza todos los pasos del cónclave y se encarga de garantizar que no haya intentos de espionaje electrónico.
Hechos curiosos y datos históricos
Aunque no suele ocurrir, no es obligatorio que el elegido sea cardenal, ni siquiera obispo. Si así fuera, debería ser ordenado antes de asumir el papado.
También es llamativo que ningún pontífice haya elegido el nombre Pedro, en referencia al primer Papa, por respeto a su figura fundacional.
Durante su papado, Francisco designó a 142 cardenales de 70 países diferentes, ampliando la diversidad geográfica del Colegio Cardenalicio. Proceso incierto
Se dice entre los cardenales: “el que entra como Papa, sale como cardenal”, en alusión a lo incierto del proceso. De hecho, en el siglo XVIII, tras decenas de votaciones fallidas, el cardenal Próspero Lambertini bromeó diciendo: “Si queréis a un político, elegid a Aldrovandi; a un santo, a Gotti; y si queréis a un necio, a mí”. Fue elegido como Benedicto XIV, dejando luego un destacado legado.
El anuncio final
Una vez que el elegido acepta, elige su nombre papal. Minutos después, el cardenal protodiácono sale al balcón central de la Basílica de San Pedro y pronuncia la célebre frase: “Habemus Papam”, seguida del nombre del nuevo pontífice.