
En el corazón de Mar del Plata, a escasas cuadras del mar que guarda silencioso tantos recuerdos, se yergue el monumento que honra a los héroes marplatenses caídos en Malvinas. Y allí, día tras día, la presencia firme y solemne de los efectivos militares se convierte en un símbolo vivo de respeto, memoria y gratitud.
Uniformados con los trajes históricos que representan con orgullo al Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, los miembros de las fuerzas armadas montan guardia ante las trece placas de granito rojo que llevan grabados los nombres, grados, fechas y el mapa de nuestras islas. Cada relevo, cada paso firme, cada mirada al horizonte, es un gesto que trasciende lo ceremonial: es un acto de profundo compromiso con quienes dieron su vida por la Patria.
La Llama Votiva, que nunca se apaga, arde como un faro eterno que nos recuerda que el sacrificio de nuestros soldados no fue en vano. Frente a ella, los custodios del honor se relevan cada dos horas, desde las primeras luces del día hasta el arriado de la bandera, en una coreografía de respeto que emociona al transeúnte más distraído.
Esta guardia de honor no es sólo un ritual militar: es un acto de amor a la memoria, una promesa de soberanía, una forma silenciosa pero elocuente de decir “presente” en nombre de los que ya no están. Porque mientras haya un soldado en pie junto al monumento, Argentina sigue rindiendo homenaje a sus héroes.