Raul Ghilardi: El cliente merece algo más que una cuenta pagada

Por momentos, en Mar del Plata, la atención al cliente parece más una transacción mecánica que un gesto humano. En una ciudad que vive del turismo y la gastronomía, la diferencia entre servir y despachar puede marcar el recuerdo que se lleva quien pasa por acá. En esta nota, Raúl Ghilardi, referente gastronómico local, comparte su mirada con una mezcla de franqueza, anécdotas y una convicción: el cliente merece algo más que una cuenta pagada.

¿Qué pasa con la atención en Mar del Plata? ¿Se siente que lo despachan más que lo atienden?

“Donde usted vaya, al kiosco, a la estación de servicio o a la ferretería, usted va a dejar plata. Puede ser desde cinco pesos hasta veinte mil. Pero no es que uno diga “señor Fiat, deme esto”. No. Uno entra y dice “¿me das la gomita del lavarropas?”. Listo. ¿Cuánto es? 20.000. Toma. Pero ¿siente que lo atienden o que lo despachan?”

Raúl Ghilardi lo plantea sin vueltas: muchas veces, lo que debería ser una experiencia de atención termina reducida a un trámite. Y lo dice no solo como cliente, sino como alguien que ha hecho de la hospitalidad un arte.“Yo no quiero que eso pase en Puerto de Palos”, dice con firmeza.

Explica que en el restaurante, cada detalle importa: “desde el saludo hasta la forma en que se sirve el vino. Lo que busca es que el cliente se sienta recibido, escuchado, valorado”.

“Acá yo paso, digo ‘gracias por venir’, pregunto cómo han almorzado, cómo han cenado, qué les pareció. Me interesa la opinión del cliente. Porque nosotros vivimos de eso. Y hay que ser agradecido con la gente que te viene a traer la guita.”

Ghilardi cuestiona también un problema que no es solo local, sino generacional: la falta de compromiso en los trabajos de atención.

¿Cómo ve el rol de los mozos hoy en día?

Hoy en día muchos jóvenes especialmente, lo toman como un trabajo pasajero. Pero no tienen sentido de pertenencia. Yo no le doy una mesa a un mozo hasta que no esté preparado. Tiene que saber la carta, saber cómo se sirve un vino, brindar un buen servicio. El cliente viene a buscar eso: servicio. Y que lo sorprendan.

La sorpresa positiva, dice, es parte esencial del servicio. Algo tan simple como que un mozo recuerde una preferencia o que el dueño se acerque a preguntar cómo fue la comida puede generar una impresión duradera. Y eso – para él– es lo que marca la diferencia.

De Maradona a Milei: historias detrás de las mesas

Cuando se le pregunta por clientes famosos, Ghilardi no duda: “Maradona. No en Mar del Plata, sino en su época de camarero en el Hotel Piscis de Las Leñas, Mendoza.”

Recuerda ese encuentro como si hubiera sido ayer. Diego llegó con su familia, y Raúl lo atendió durante una semana entera.

Diego era un tipo sensacional. Muy sencillo. Me hablaba como si fuésemos amigos. Me pidió charlar, me agradeció. Me quedó esa sensación de haber tratado con una gran persona.”

Entre risas, comparte también anécdotas de esos días, incluyendo momentos tan descontracturados como una madre amamantando en medio del salón. Gente común, dice, que simplemente vino a disfrutar y fue tratada como cualquier otro.

Para mí no hay nombre ni apellido. Venga Cristina, Menem o Milei. Son clientes. No hay bandera. El tipo viene a pasar un momento, no a que lo vuelvan loco.”

Más recientemente, menciona que por su local pasaron Karina Milei y Menem. Pero insiste: todos son tratados con el mismo respeto. Sin fanfarria ni privilegios.

Entre el profesionalismo y el gesto humano

Ghilardi sabe que no puede controlar todo, pero sí a su equipo. Les transmite una consigna clara: respetar al cliente, no invadirlo, pero sí ofrecer lo mejor.

“Después de atenderlos, si el cliente quiere una foto, bienvenido. Pero primero, que lo atiendan como se debe. Cuando se van y me dan la mano o un abrazo, ahí siento que hicimos algo bien.”

La conversación termina con una sonrisa y una frase que condensa su filosofía:

“Qué lindo lo que se brindó.”

Porque, en el fondo, lo que se busca en Mar del Plata  – y en cualquier lugar – no es solo que te sirvan un plato. Es que te miren a los ojos, te pregunten cómo estás y te hagan sentir que, por un rato, ese lugar también fue tuyo. En Puerto de Palos así lo sienten y lo hacen sentir.