Argentina, un país hermoso con un pueblo que no abandona y se abraza en la desgracia

Los días después de la tragedia en Bahía Blanca han sido una prueba de resiliencia y solidaridad. Hoy con un centenar de desaparecidos, varios muertos, una ciudad devastada que lucha minuto a minuto por levantarse con lo que tiene y con lo que puede. No hay tiempo para lamentaciones prolongadas; la urgencia obliga a actuar. Y la sociedad, una vez más, demuestra que, en las peores crisis, la unión se convierte en un faro de esperanza.

Enfermeras y médicas rescatando bebés de entre los escombros, maestras y madres limpiando jardines de infantes para que la infancia no pierda su refugio, gendarmes y soldados desplegando vehículos y herramientas estratégicas para llegar donde otros no pueden. Bahía Blanca duele, pero sus hijos, estén donde estén, regresan para ayudar. Es un pueblo entero que no se rinde, que se reconstruye entre lágrimas y esfuerzo.

Los medios nacionales visibilizan la tragedia para que Argentina entienda la magnitud del desastre, para que el país no sea indiferente. Y por un instante, pareció que algo podía cambiar. Por un momento, los argentinos creímos que la tragedia podía ser el punto de inflexión, el instante en el que Nación y Provincia dejaran de lado diferencias y trabajaran en conjunto por el bien común. Parecía que el dolor, al menos esta vez, uniría en vez de dividir.

Pero han pasado los días y la mezquindad política vuelve a imponerse. La tragedia, en lugar de ser un llamado a la unidad, se transforma en una excusa para la culpa, el reproche y la separación. Mientras los políticos se distancian, el pueblo sigue sufriendo. Y la solidaridad argentina sigue emocionando. Hasta el ferrocarril y su gente se han puesto al servicio de la emergencia. Porque Argentina es un país hermoso, un pueblo que no abandona, que se abraza en la desgracia.

Y entonces surge la pregunta: ¿será que en la alineación de los planetas, los políticos quedaron fuera porque su mundo nunca se alineó con el de la gente? Tal vez. Pero mientras ellos discuten, Bahía Blanca se levanta. No gracias a ellos, sino a su gente.

                                                                                                          Sandra Robbiani