La diócesis de Mar del Plata comenzó el Año Jubilar 2025 convocado por el papa Francisco, con el lema “Peregrinos de Esperanza”. El solemne rito de apertura del Año Santo fue presidido por el administrador apostólico y obispo electo de Mar del Plata, monseñor Ernesto Giobando sj. en la explanada de la Iglesia Catedral, donde cientos de fieles y varias decenas de sacerdotes participaron animadamente.
Monseñor Giobando exhortó a que “en este Año Jubilar que hemos iniciado tomemos la firme decisión de hacer mejor este mundo en que vivimos, hagamos una pausa y tratemos de ser mejores personas y mejores ciudadanos, que podamos ser tolerantes y no construir barreras de odio y discriminación, que perdonemos las deudas como así Dios nos perdona, que seamos más justos y solidarios y que podamos vivir un año de paz, empezando por nuestros corazones pidiendo perdón de nuestros pecados y confiando en la indulgencia de Dios, manifestada en la indulgencia plenaria que la Iglesia nos regala para hacer más ligero nuestro equipaje.”
HOMILÍA INICIO DEL AÑO SANTO CATEDRAL DE MAR DEL PLATA
“«Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma. La esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Pienso en todos los peregrinos de esperanza que llegarán a Roma para vivir el Año Santo y en cuantos, no pudiendo venir a la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, lo celebrarán en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1). Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones” (Spes non confundit, 1. Bula del Papa Francisco al inicio del Año Santo 2025).
Con estas palabras el Papa Francisco nos anima a comenzar este Año Santo Jubilar, cuya Puerta Santa fue abierta por el Sumo Pontífice en esta Navidad que estamos celebrando y que hoy como Iglesia Diocesana damos inicio en esta Catedral de Mar del Plata unidos a otras Iglesias distribuidas a lo largo y ancho de la ciudad y de la diócesis. Peregrinos de la Esperanza es el lema de este Año Santo, ya que siempre estamos en camino hacia el encuentro definitivo con nuestro Señor Jesucristo, nuestra esperanza, la esperanza que no defrauda. Seguimos a Jesús por el camino, en este camino de la vida se nos invita a peregrinar, el Año Santo es una invitación a peregrinar a la Ciudad Santa, aquella Roma donde dieron la vida los Apóstoles Pedro y Pablo, y donde se encuentran los lugares santos que los peregrinos recorren con una renovada devoción y acopio de gracia jubilar. Pero no todos podrán ir a Roma, por eso realizamos en todas las Iglesias locales este Año Santo, recibiendo las mismas gracias de perdón e indulgencias que concede la Iglesia católica a quienes buscan el rostro del Señor.
En la primera lectura de la Eucaristía de hoy, el apóstol Juan nos invita a renovar los vínculos familiares. “La familia es el camino de la Iglesia” nos recordaba San Juan Pablo II. En cada familia se revela el misterio de Dios en los vínculos de paternidad, maternidad, filiación y fraternidad, esos vínculos deben estar fundamentados en el amor recíproco y gratuito, en la fidelidad y respeto. Frente a este ideal de vida familiar el apóstol Juan nos dice: No amen al mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo –los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de las riquezas- todo esto no viene del Padre, sino del mundo.
Esa mundanidad se va instalando en nuestra manera de pensar y de vivir, que nos aleja de los compromisos auténticos para construir una sociedad más humana, por tanto, más justa, donde se reciba la vida con esperanza y no como una amenaza. El Papa Francisco nos invita a ser “signos de esperanza” y el segundo signo que nos propone, es precisamente a las parejas jóvenes, que se animen a tener hijos con la responsabilidad que esta decisión conlleva, pero también con una generosa dosis de esperanza, nos dice el Papa:
“Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas». La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Es urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza” (Spes non confundit, 9).
En el Evangelio de hoy contemplamos el misterio de la presentación en el templo de nuestro Señor Jesucristo, llevados por María y José. Allí en el Templo se encuentra la profetisa Ana, esta mujer anciana y viuda que no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. En esta mujer anciana vemos también un signo de esperanza. Ana representa a tantas mujeres mayores, a tantas abuelas, que tienen encendido sus corazones con aquella esperanza que no defrauda, desean ver a Dios en el corazón de los demás y Dios le regaló el poder contemplar y abrazar al mismo Hijo de Dios: Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Nos dice el Papa Francisco: “Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones. Dirijo un recuerdo particular a los abuelos y a las abuelas, que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las generaciones más jóvenes. Que sean sostenidos por la gratitud de los hijos y el amor de los nietos, que encuentran en ellos arraigo, comprensión y aliento”.
Jóvenes generosos, que se juegan por la familia y por los hijos, de ustedes depende el futuro de la humanidad, no se asusten, tengan confianza, Jesús los acompaña y la Iglesia los bendice. Queridos ancianos ustedes son la memoria viva, a ustedes les toca seguir sembrando la fe en el corazón de las generaciones jóvenes, sean signo de este Dios que nos acompaña hasta el final del camino.
En este Año Jubilar que hemos iniciado tomemos la firme decisión de hacer mejor este mundo en que vivimos, hagamos una pausa y tratemos de ser mejores personas y mejores ciudadanos, que podamos ser tolerantes y no construir barreras de odio y discriminación, que perdonemos las deudas como así Dios nos perdona, que seamos más justos y solidarios y que podamos vivir un año de paz, empezando por nuestros corazones pidiendo perdón de nuestros pecados y confiando en la indulgencia de Dios, manifestada en la indulgencia plenaria que la Iglesia nos regala para hacer más ligero nuestro equipaje ¿cuántas mochilas pesadas cargamos?.
El Señor es nuestra Paz y nuestra Esperanza, caminemos con un renovado deseo de ser mejores cristianos. Que María Madre de la Esperanza nos cubra con su manto. Que así sea.