Entre tanta confusión de ideas imperante en Argentina, el análisis geopolítico global de los últimos 70 años permite señalar peligros y desafíos. La dirigencia política de EEUU cometió un grave error, que le significó perder el control estatal de las decisiones financieras, al haber alentado la independencia y globalización de su sistema financiero, en aquellos momentos de su mayor hegemonía geopolítica global (“el fin de la historia”, Fukuyama, 1992). Visto retrospectivamente se observa que el error estratégico de EEUU y Europa, les hizo perder potencia a ambos, mientras que varios países emergentes lo fueron ganando, principalmente China. Eso explica el origen del malestar que terminó pariendo a Trump y a los movimientos soberanistas en Occidente durante la última década.
El sistema financiero, libre de responsabilidades sociales, transformó la preexistente globalización tecnológica en una ideología globalizadora, que se derramó urbi et orbi. Marchó sobre China, en la idea que la expansión capitalista a ese territorio “virgen”, permitiría una definitiva división internacional del trabajo, diseñada por un teórico gobierno mundial hegemónico. A los chinos les tocaría ser los proveedores globales de industria liviana barata, mientras algunos pocos sitios de Occidente se ocupaban de manejar y controlar la innovación tecnológica y los servicios en general, en particular los financieros; mientras al resto subdesarrollado le tocaba ser proveedor de productos primarios. Algo falló en esos cálculos. China aceptó inicialmente esa tarea hasta entrenar a su pueblo en la dura tarea de incorporar y adaptar toda esa industrialización, crecientemente más compleja y tecnológica, pero tenía enmascarado su propio proyecto nacional. El resultado final, para ser breve, es que hoy es la potencia industrial más importante del mundo.
La manufactura china es tres veces superior a la de EEUU, cuatro a la de Alemania y seis a la de Japón. Los autos eléctricos de China dominan al mundo. No es casualidad que actualmente China defienda la mayor libertad del comercio mundial y EEUU se ha vuelto más proteccionista y sostenido por su poder militar. EEUU se fue dando cuenta de su error y con la presidencia de Trump empezó a reindustrializar su país, y a proteger su mercado y su tecnología; camino que Biden prosiguió como política de Estado. Otros países importantes vieron que sus soberanías estaban afectadas si seguían los lineamientos ideológicos de la globalización irrestricta y desde hace más de una década han implementado medidas de defensa de sus intereses nacionales para asegurarse un poder geopolítico que les permite participar de la mesa de discusiones globales: India, Indonesia, Turquía, Vietnam, Japón, Brasil, Sudáfrica, Israel, Arabia saudita, Irán, entre otros. Pese a su poder, Europa está en retroceso. Estamos viviendo un mundo multipolar.
Esta breve historia indica cual son algunos de los criterios básicos necesarios para que un país pueda progresar: 1) tener un proyecto nacional acordado internamente; ningún país puede copiar modelos ajenos, debe desarrollar el propio; 2) el empleo masivo interno se garantiza industrializando en cualquier nivel tecnológico; siendo el valor agregado el componente central de la productividad y del nivel de los salarios; 3) el desarrollo tecnológico propio es necesario pues nadie regala nada; 4) cuando un país no controla su sistema financiero y depende del crédito externo, queda a merced de imposiciones que impiden su desarrollo normal, excepto si tiene un poder militar que imponga sus reglas; 5) todos los pueblos anhelan lo mismo: un ascenso social, leve o rápido, pero permanente; 6) el mejor criterio de soberanía, siempre limitada, es mantener incólume la defensa de los intereses nacionales, para no caer en niveles de dependencia irresolubles.
Los países se relacionan entre sí mediante las tres C: cooperación, competencia, conflicto. Cooperación que se intenta realizar en foros globales (Naciones Unidas) o regionales (Mercosur; TLCAN 2.0 o NAFTA 2.0, Organización de Cooperación de Shangai, ASEAN Group) o por afinidades de objetivos (BRICS; AUKUS). Cuando se trata de conflictos, que son más frecuentes de lo que se explicita públicamente, tanto los chinos como los norteamericanos se manejan con sus manuales operativos, de lo que se conoce como Guerra irrestricta o sin límites (China) o Guerra híbrida (EEUU). Ambos coinciden en que los conflictos se dirimente en todos los campos de la actividad humana: económicos, financieros, tecnológico, RRHH, RRNN, RR Energéticos, leyes y organismos internacionales, espacio (cosmos) y fundamentalmente hoy, por medio de la guerra cognitiva, en el campo de la cultura y de la identidad de los pueblos.
Los conflictos pueden surgir por intereses contrapuestos (fronterizos, obtención de recursos energéticos y otros insumos estratégicos), pero también por debilidades que son potencialmente aprovechables por otros (solicitud de ayuda económica o financiera -FMI, Swap chino-, inflación estructural, pobreza desmesurada, debilidades institucionales, educativas o culturales, diplomacia ideologizada) o por combinación de ambos factores (cognitivos, desinformación, propaganda, provocación, psicosociales, culturales, ataques a la identidad, idioma, indigenismo, wokismo, narcotráfico, y otros).
La guerra cognitiva se utiliza para fragmentar y segmentar, y opera sobre los sentimientos para modificar la razón, operando sobre todos los límites posibles y es tal su enmascaramiento, que nunca queda claro por quien es operada, ni dónde está el adversario. El milenario “divide y reinarás” siempre ha sido un arma letal para controlar a los otros; hoy esa tarea se realiza por medio de la Big Data, su analítica, los algoritmos, y el uso de las fake-news y la post-verdad. La OTAN la ha definido como: “el arte de utilizar tecnologías para alterar la cognición de objetivos humanos, la mayoría de las veces sin su conocimiento y consentimiento”. Es tan refinado el tema que no se centra en el campo de la “información”, sino de la “cognición”, área de estudios que analiza lo que el cerebro hace con la información, es decir una manipulación o estímulo de nuestras emociones, sin que nos demos cuenta de ello. Entre sus resultados prácticos, más allá de las polarizaciones genéricas, se encuentra el “sesgo de confirmación”, que nos confirman nuestras creencias preconcebidas, y que, hábilmente manipulado por lo algoritmos, nos encierra en diversas fracciones, que impide o complica el diálogo fraterno, necesario para un genuino debate democrático.
La capacidad para realizar todas estas acciones a nivel masivo son parte de un esquema de poder global que está en manos de una reducida tecnocracia ultra-tecnológica, asociada al poder financiero, que les permite cierto control sobre las sociedades y la mayoría de los países. Yanis Varoufakis les llama “Tecnofeudales de la Era Digital” porque perciben una renta por el acceso a sus plataformas, o a la nube. (“renta de la nube”); considerando que los vasallos o siervos del nuevo feudalismo pagan tributo (peaje) a Internet, Facebook, Instagram etc., mediante el aporte personal global que forma la Big Data; la que los dueños de las redes utilizan para todo tipo de marketing (comercial o político) y que las han posicionado como los canales de mayor venta publicitaria del mundo, por delante de los motores de búsqueda.
Habiendo experimentado negativamente el libertinaje del sistema financiero de los 90 en adelante, que les significó problemas sociales por pérdidas de empleo y de niveles de industrialización, las potencias y otros países se han dado cuenta que este accionar libertario de las ultratecnológicas está provocando un nuevo descontrol de las políticas de Estado que les ocasionará aún mayores problemas sociales. Por ello han comenzado a controlarlas, aunque levemente. Jueces de Washington y de la Unión Europea han dictado sentencias sobre Google (por actividades monopólicas), quien controla el 90% del mercado de búsquedas online y el 95% de los teléfonos inteligentes, siendo que su publicidad aporta el 78% de lo facturado por su empresa matriz, Alphabet. También comenzaron los controles y regulaciones en otros países, como Francia, Brasil, India, Turquía, China, Rusia y hasta Australia y Nigeria. Si esto es así, y sabiendo que las redes sociales están recaudando ganancias aún mayores, imaginemos que con la IA todo esto se acelerará y ensanchará ese poder, que produce una considerable concentración de riqueza.
Los nuevos megamillonarios de la revolución tecnológica –el 1% más rico del planeta posee más riqueza que el 95% de la población total, debido al reducido pago de aportes e impuestos que realizan mediante una compleja ingeniería contable y el apoyo de gobiernos y de lobistas, que, en nombre de una “mayor libertad”, se lo facilitan. Destruyendo (no racionalizando) al Estado, los libertarios defienden la libertad, pero la de Elon Musk y sus colegas, que pretenden estar por sobre los estados nacionales y dirigir la evolución de la humanidad. Uno de sus voceros, lo tenemos en casa. Este darwinismo económico y social convierte a los pueblos en un campo natural de exterminio, en medio de una anarquía y polvorín social.
En resumen, el descontrol social aumenta por los excesos libertarios y la falta de regulación y control del Estado, sean globales o bien de cada estado nacional. El libertinaje financiero de los 90 afectó a la economía global. El actual proceso de acumulación de las ultratecnológicas, vinculadas societariamente por medio de aportes de las mega-financieras, está afectando la cohesión social y la cultura de los pueblos. Además, las últimas décadas han sido testigo que el narcotráfico avanza cuando el estado toma decisiones erróneas de carácter sistémico; políticas económicas que crean pobreza y desempleo, alta inflación, falta de crecimiento, y encima caen en corrupciones de todo tipo; que su circuito financiero guarda relación con el lavado de activos. En conclusión, su expansión afecta o destruye la seguridad nacional y la estructura familiar de la comunidad. Esta triple tenaza que destruye el tejido de la comunidad, en lo económico, lo financiero, lo político, lo social y lo cultural tiene un centro de gravedad común: desmantelar al estado nacional. Nada es casual. Empecemos a atar cabos. Saquemos conclusiones.
Fuente: Infobae