“Devuelvan la paz que nos quitaron; devuélvannos al Padre Luis”

El traslado intempestivo del Padre Luis Albóniga a la Diócesis de Jujuy , hecho sobre el cual la Iglesia continúa manteniendo un silencio sepulcral de espaldas a los feligreses marplatenses que no solo quieren saber cuál o cuáles fueron los motivos de su “partida”. El dolor por ese alejamiento fue expresado en la reciente Misa Crismal, en el marco de la Semana Santa, celebrada en la Catedral, donde cientos de fieles mostraron carteles y pancartas en respaldo a Albóniga.

El hecho, que se dio en momentos del ingreso del administrador apostólico Ernesto Giobando, junto al resto de los sacerdotes de la Diócesis, es un claro ejemplo que hoy la Iglesia marplatense les está dando la espalda a quienes siguen creyendo en ella.

En la últimas horas , en las redes sociales, se conoció el texto de un mensaje de una conocida catequista, Mónica Lence, donde pide “Parar con algo la violencia del silencio y la incertidumbre”.

El texto difundido dice lo siguiente:

Alguien tiene que poner un freno. Traer al Padre Luis de nuevo, dejarlo en otro lugar. Comunicar lo sucedido a todos o decidir no comunicar nada. Pero hablarlo. Hacer algo. Entender de pronto que algo está pasando. Entenderlo todos. 

Y solucionarlo. Tomar una decisión. Cerrar la grieta. Detener las acusaciones. O lanzarlas abiertamente.

Pero parar. Parar con algo la violencia del silencio y la incertidumbre. 

Porque con el silencio, todos los que tienen que hacer algo están ayudando a cavar una grieta más honda. Una grieta a los pies de la cruz y de las cruces que todos estamos atravesando. Y vamos a atravesar.

Parar un segundo. Frenar las luchas de poder. Los egos.

Volver atrás no es claudicar y decidir algo no es abusar del mando. Abusar del mando es hacer todo eso en el silencio. Pensando que no nos damos cuenta.

Nosotros no tendríamos por qué estar poniendo carteles pidiendo la vuelta de nadie. Ni tendríamos porqué expresar nuestro profundo malestar. No tendríamos que estar mirando al que elige el silencio como si fuera el enemigo, ni al que grita al lado nuestro como aliado de un ejército que no existe.

Porque nos trajeron a esta situación sin preguntarnos, sin avisarnos. Y ahora nos meten en un silencio absoluto de incertidumbre y de espera, donde no tenemos ninguna respuesta y donde no hay lugar para las preguntas. Y donde se alimenta la pelea y el desgaste.

Nadie debería estar en medio de este combate que no iniciamos. Que nos cayó de golpe y del que no se hacen cargo. 

Tendríamos que estar viviendo la Semana Santa en nuestra parroquia y con nuestro párroco. O tendríamos que estar sabiendo que su destino es servir en otro lugar, con claridad. Como todas las cosas que él hizo siempre. Trabajando por todos los que atraviesan momentos de dolor, de desconcierto. 

Yendo a buscar a los caídos, consolando a los que sufren. Compartiendo la Eucaristía.

No tendríamos que estar pasando por esta situación.

Porque se nos suma a todas las situaciones que atravesamos. En lo personal y también en lo social. Y nos empujan a una grieta que no podemos permitir.

Porque es peligroso.  Y la aumenta el silencio. La incertidumbre. La falta de una decisión. La palabra correcta.

Es peligroso porque la Iglesia está para otra cosa. Sobre todo en momentos donde tantos nos necesitan. Y donde nos necesitamos tanto.

Alguien tiene que suspender está decisión. O confirmarla. O decir algo. Algo coherente.

Sacarnos de este estado de incertidumbre que es el lugar más incómodo de habitar, sobre todo cuando todo alrededor está repleto de eso.

 

Ya todos sabemos quién es el Padre Luis. Nadie tiene duda alguna de que todo fue una injusticia. Ya está demostrado que nada de lo que hagamos ni lo que digamos conmueve a quienes tienen que decidir.

Ya alzamos la voz y ya suplicamos. Lo hicimos todo. Pensamos que hablar era lo mejor y después decidimos que callar era lo conveniente. 

Ya entendimos que no importamos nada. Que no les importamos.

Y está bien. 

Puede suceder. De hecho, suele suceder con los dirigentes políticos que viven tan lejos de la gente. Estamos acostumbrados a eso.

Pero ahora se están rompiendo las cosas que nos importan. Se rompen los lazos, se instala una división en todos los ambientes. Se mira al de al lado en base a lo que dice al respecto de esta situación. O a lo que elije no decir. En el medio…muchos discuten, otros se alejan, otros aguantan. Algunos se burlan. Hay quien disfruta y hay que sufre.

Y es la casa de Dios. Somos sus amigos. Y es Semana Santa.

Detengan lo que está pasando.  Hagan algo. Nosotros ya sabemos dos cosas. Lo aceptamos y lo entendimos.

La primera es que no les importa en nada nuestro dolor. Porque solo nos miran sufrir pero ni siquiera detienen los látigos. Ni con hechos ni con palabras.

Y la segunda es que nunca nadie va a poder hacer que olvidemos al Padre Luis.

Desde esas dos certezas, solo podemos suplicarles que nos devuelvan la paz que nos quitaron. Y sepan, que así como estamos hoy, solo están prolongando nuestro dolor. No tenemos espacio dentro para el enojo. Solo para la súplica.

Devuelvan la paz que nos quitaron. Que sea una Pascua de Resurrección.

Devuélvannos al Padre Luis.