En el marco del 60 aniversario de la fundación de la Escuela Nuestra Señora de Luján, de la ciudad de Batán (General Pueyrredon), el templo parroquial de dicha localidad recibió a representantes de colegios católicos de toda la diócesis, quienes se congregaron para la tradicional Misa de inicio del ciclo lectivo.
La misma estuvo presidida por el administrador apostólico, monseñor Ernesto Giobando sj., y concelebrada por el delegado episcopal de educación, presbítero Juan Cruz Mennilli y por el párroco de Nuestra Señora de Luján (Batán), presbítero Sebastián Vercellone, entre otros sacerdotes que se desempeñan en escuelas de la diócesis.
En ese clima de fiesta se entregaron reconocimientos a miembros de equipos de conducción que durante el pasado ciclo lectivo alcanzaron el beneficio de la jubilación.
Monseñor Giobando comenzó pidiendo al Señor las gracias que más esté necesitando cada una de las comunidades educativas, y agradeció la presencia de los docentes, alumnos y autoridades que se hicieron presentes en la celebración.
Entre los concurrentes, se encontraban la Inspectora Jefe de la Región 19 de DiEGeP, Lic. Ana Carolina Di Alessio, miembros del cuerpo de inspectores, y representantes gremiales del SADOP y el SOEME, además de los integrantes de la Junta Regional de Educación Católica, encabezados por su presidente, Javier Sanchez.
Seguidamente, el administrador apostólico aseveró: “educar en el mundo de hoy es un desafío porque nos toca atravesar situaciones difíciles. Acabamos de leer un informe de la UCA que dice que un 30 % de los alumnos de escuelas privadas están debajo del nivel de pobreza. Eso también es un desafío, y qué decir de otras realidades en las que hay abandono de escolarización y con eso aumenta mucho más la pobreza. Pero sabemos que la educación es el camino para sacar adelante nuestro país, por eso damos gracias por la tarea de todos ustedes.”
Comentando las lecturas del día, pidió que “la Palabra de Dios sea luz y consuelo ante esos desafíos y ante la realidad de nuestra Iglesia Diocesana” y explicó que “la primera lectura nos narra un momento difícil del pueblo de Israel. Moisés acababa de recibir los diez mandamientos, las tablas de la Ley y escucha abajo en el campamento un murmullo, hasta una fiesta: los judíos habían hecho un becerro de oro, un ídolo, y empezaron a adorarlo. Es un contraste: cuando ese pueblo tenía que estar agradecido porque Dios los ama con un amor de preferencia, cuando se revela a Moisés, sin embargo se va para otro lado.”
Seguidamente comentó un fragmento del Mensaje de Cuaresma del Santo Padre Francisco para este año: “Nos dice Francisco que el pueblo de Israel se llevó los miedos del faraón al desierto y tenían nostalgia de Egipto y querían volver. ¡Cuando estaban caminando hacia la libertad querían volver a Egipto! ¡Añoraban las cebollas, pero eran esclavos!”.
En esa línea, el administrador apostólico compartió con los presentes un fragmento de dicho mensaje:
“Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.”
Profundizando su reflexión, expresó: “Yo quisiera detenerme en esto: todos tenemos como un ídolo adentro. Puede ser el ‘yo’, mi posición, mi lugar, mi carrera, mis triunfos, y eso es una seducción y hay que estar atentos. En un colegio donde hay competencia se acabó la comunidad educativa porque empiezo a privilegiar la competencia por sobre la comunidad; primero mi proyecto en contra de aquellos que son los adversarios, y si ganan no podré obtener lo que anhelo.”
El prelado se preguntó: “¿Cómo podemos salir de esas situaciones?” Y afirmó: “el Papa lo dice con la palabra de Jesús: ‘bienaventurados los pobres de espíritu porque ellos verán a Dios’. Y la comunidad educativa tiene que ser una comunidad de pobres en el espíritu porque cuando logramos esa pobreza espiritual nos hacemos hermanos” a la vez que explicó que “la pobreza espiritual no es no tener cosas sino principalmente tener a Dios, ya que cuando uno tiene a Dios tiene todo.”
“Si queremos una escuela católica debemos educar en la fe a nuestros alumnos, y si queremos integrar a las familias tendremos que dejar los ídolos y abrazar la pobreza de espíritu, que es la primera bienaventuranza y es la condición con la que el Señor quiere que vayamos por este camino.”
Finalizando la homilía, el obispo encomendó a las escuelas “a la Virgen de Luján que nos acompaña” y explicó: “fue educadora: educó a Jesús, que es el Maestro, nos educó a nosotros, pero ¿dónde lo aprendió Jesús? Lo recibe por el Espíritu Santo en el Bautismo, pero también en su casa con el ejemplo de su madre y su padre que hicieron en Jesús un corazón compasivo.”
Al concluir exhortó: “Jesus maestro nos enseña el camino. Dejémonos educar por Jesús, por la Virgen, por San José, ya que la escuela es también una familia, una gran familia.”
Al término de la Misa, se hizo lectura del personal homenajeado, a quienes el presidente de Jurec, Javier Sanchez, hizo entrega de un reconocimiento. Ellos fueron: María Virginia Suárez (San Antonio María Gianelli de Mar del Plata); Roxana Myrian Latasa (Don Bosco de General Pirán); Mónica Adriana Francucci (Emilio Lamarca de Balcarce); Alicia Cipollone (Jesús Obrero de Mar del Plata) y Patricia Quiroga y Marcela Saraceno (ambas de Huincó – Monseñor Enrique Rau de Mar del Plata).