Los escenarios futuros de varios países están comenzando a depender de la férrea defensa que hacen sus líderes más de sus circunstanciales intereses personales que de los permanentes intereses nacionales.
Algunos de ellos están adoptando una estrategia extrema, la del “TODO o NADA”, con el objetivo de intimidar a sus adversarios (e inclusive a sus aliados) para mantenerse en el poder, aunque sus propuestas conllevan aumentar la tensión geopolítica y generar potenciales peligros para la paz mundial. Nada les importa, porque en esta etapa de transición entre el hegemonismo y multipolarismo, nadie está en condiciones de poner un cierto orden a nivel global.
Claramente, Medio Oriente es el mejor ejemplo, pero hay otros, un poco más enmascarados. Las elecciones de noviembre de 2024 en EEUU condicionan tanto a Trump, que sufre varios bloqueos judiciales a su postulación presidencial, como a Biden, que tiene que tomar decisiones de política exterior en función de las opiniones de sus votantes internos, particularmente las relacionadas con las guerras o los gastos presupuestarios de sostenimiento a Ucrania e Israel; aunque también las relacionadas a las negociaciones con China. También Putin tiene que lidiar con su propia reelección en 2024, que, si bien parecería bastante asegurada, cualquier error de cálculo podría perjudicarlo. China parece bastante más tranquila, pero su política exterior depende mucho de los intereses personales de Xi Jinping y su clara determinación de lograr la “reunificación” de Taiwán durante su mandato.
Actualmente, EEUU ve con preocupación que su tradicional aliado, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, esté considerando seriamente ampliar el conflicto bélico desde Gaza hacia el Líbano, como clave para su supervivencia política, aunque utilice un argumento político: la “definitiva” seguridad del Estado de Israel es “AHORA O NUNCA”. Las masivas críticas políticas internas a Netanyahu se expresan en multitudinarias manifestaciones por todo el país, pidiendo negociación y liberación de rehenes. Pese a su éxito inicial, unificando al país para combatir al terrorismo de Hamas, esa ola opositora ya es difícil de ocultar. Demandan elecciones generales, que obviamente Netanyahu niega, por “estar en guerra”.
EEUU se niega a apoyar la alternativa de extender la guerra a las zonas controladas por Hezbollah en el Líbano, porque debería proporcionarle más soporte militar a Israel, mientras mantiene el conflicto abierto en Ucrania por puras razones electorales internas. Si se expandiera el conflicto, EEUU se distanciaría aún más de sus tradicionales socios árabes de la zona (Egipto, Arabia Saudita y EAU) y eso modificaría sus anteriores acciones, emprendidas para mantener equilibrado al mundo árabe en relación a China y a Rusia.
Tampoco Hezbollah o Irán están interesados en incrementar el conflicto, pero de ocurrir, jugarán todas sus cartas y serían esperables apoyos de Rusia y de otros países árabes, y algo de China. Un conflicto abierto, pese al poderío militar de Hezbollah, podría llegar a causar cientos de miles de muertos en Líbano, eventualmente el bombardeo y destrucción de Beirut, la extensión del conflicto a otras zonas, aumentar los problemas logísticos globales y de costos marítimos por el eventual cierre del Canal de Suez, e implicaría una evacuación masiva de todo el norte de Israel, hoy parcial.
En realidad, el ideal de Israel para resolver el prolongado conflicto palestino, sería lograr el desplazamiento total de dicha población, tanto de Gaza como de Cisjordania. Un sector de su dirigencia lo expresa abiertamente, porque cree que, jugando al “TODO o NADA”, podría lograrlo, con algún guiño enmascarado de Occidente. Esta suposición está basada en los antecedentes del siglo anterior, durante el cual la Europa que conocemos actualmente se construyó sobre la base de éxodos y limpieza étnica. Una oscura ironía del destino, ya que la Unión Europea, que se autodefine como defensora del liberalismo y la democracia, logró su estabilidad mediante drásticas “soluciones”, bastante poco democráticas o liberales.
Grecia y Turquía “intercambiaron población” (masivo y compulsivo) según acordaron en el Tratado de Paz de 1923, todo supervisado por la Liga de las Naciones, controlada por Occidente. 1.200.000 cristianos ortodoxos griegos fueron expulsados de la Anatolia turca, y casi 400.000 musulmanes de Grecia. Todos arrancados de sus tierras ancestrales, en las cuales vivían pacíficamente desde antes del Imperio Otomano. De todos ellos, 500.000 desaparecieron o murieron durante dicho proceso. Geopolíticamente fue visto como un gran triunfo diplomático de aquella época y hoy hasta se lo ve “razonable”, porque Grecia y Turquía no han librado una guerra en el último siglo.
En 1993, algunos “teóricos” sugirieron que la comunidad internacional debería controlar y subsidiar una “corrección de la homogeneidad étnica” entre los países balcánicos, aplicándola a la disolución de la ex Yugoslavia. De hecho, ocurrieron hechos salvajes en Bosnia, Croacia, Serbia, Kosovo, Montenegro y Macedonia. Todo bajo la atenta mirada de Europa, que sólo consideró que hubo algunos dirigentes de ciertos países que fueron “criminales de guerra” y llevados a juicio en el Tribunal de La Haya, pero a otros no. La idea de “estados homogéneos” choca con la actual política de favorecer la “multiculturalidad” europea.
Post II GM, hubo traslados forzosos de 30 millones de personas en Europa central y oriental. En las conferencias de Yalta y Potsdam, Gran Bretaña, EEUU y la URSS acordaron la expulsión de 12 millones de alemanes, más de 2 millones de polacos y cientos de miles de ucranianos, húngaros y finlandeses de sus hogares ancestrales. El mismo Churchill (1944) proponía públicamente un “barrido limpio”, tomando como antecedente el de Alsacia y Lorena (frontera franco-alemana). También hay que considerar el corrimiento forzado de fronteras. A Ucrania, Stalin le sumó territorio polaco, pero sin polacos. A Polonia se le sumó territorio prusiano (alemán), pero sin alemanes. Forzadamente se “pacificó” a Europa, y en particular a Alemania. Dicho “éxito” geopolítico fue construido sobre la limpieza étnica de millones de personas.
Azerbaiyán ha obligado a la totalidad de los 120.000 armenios cristianos ortodoxos a abandonar Karabaj, un enclave armenio dentro de aquel país. EEUU, Europa y Occidente fueron moralmente indiferentes a dicha limpieza étnica, como también lo fueron los países ortodoxos orientales.
Llama la atención que a posteriori Azerbaiyán haya sido elegida para organizar la conferencia climática COP29 del 2024. La diferencia entre limpieza étnica aceptable o la calificación de crimen de guerra, pareciera ser una cuestión de quién y para qué se realiza. El petróleo de Azerbaiyán es beneficioso para Europa, en momentos de conflictos con Rusia. Armenia es pobre, débil y sin demasiados amigos. Se va entendiendo cómo funciona el mundo. No es cuestión de ideologías o de moral, sino de intereses. Como en tantas otras cosas, el contexto geopolítico es el árbitro final de la moralidad.
La población cristiana de todo Oriente Medio está prácticamente extinguida, como resultado del conflicto iraquí. Pocos prestaron atención al tema. Varias comunidades cristianas, radicadas en esas tierras desde hace siglos, largamente sobrevivientes del dominio imperial árabe, mameluco, otomano y europeo, tuvieron que emigrar por el caos generado por la invasión norteamericana a Irak. Serían los “daños colaterales” resultantes de pretender imponer una democracia “al estilo occidental” en civilizaciones muy diferentes. ¿O sería por los intereses petroleros?
Para ciertos círculos políticos de Israel, la mejor solución es la expulsión total de los palestinos. El ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, expresó: “la salida de los palestinos es una solución correcta, justa moral y humana”, “el proyecto es animar a los residentes de Gaza a emigrar a países de todo el mundo”. Un ex ministro dijo “necesitamos aprovechar la destrucción (de Gaza) para decir a los países que cada uno de ellos debe aceptar una cuota, que puede ser de 20.000 o 50.000, necesitamos que los dos millones se vayan, esa es la solución para Gaza”. El ministro de agricultura de Israel, Avi Dichter, ha afirmado: “Ahora estamos desplegando la Nakba en Gaza”. Los diplomáticos israelíes están auscultando el apoyo internacional a esta idea, que en modo alguno hay que descartarla del menú posible. Un primer paso es lograr el apoyo norteamericano para que financieramente intente convencer a Egipto, Turquía, Irak y Yemen de aceptar a los refugiados. Washington está reticente a apoyar abiertamente esta propuesta, porque teme un rechazo geopolítico del mundo árabe. También se trabaja sobre Europa, apelando a imperativos morales y de compasión por los palestinos, aunque con menos probabilidades de éxito. Pero las negociaciones continúan. Mientras se agitan los tambores de guerra con Líbano, se trabaja silenciosamente para resolver el “problema palestino” por otros medios.
A diferencia de otras expulsiones masivas, aquellos pueblos (griegos, turcos, armenios, alemanes, polacos) forzados a emigrar dejando sus raíces locales previas, se dirigían hacia sus patrias étnicas, donde eran medianamente bien recibidos, y en las cuales adoptaban rápidamente las identidades nacionales del Estado-Nación que los recibía. Eso no es posible en el caso palestino, porque no hay un Estado-Nación étnicamente compatible, que los pueda integrar. Ya soportaron una “Nakba” (expulsión) en 1948; si ahora nuevamente ocurriese, sería el primer caso de un doble desplazamiento forzado. Las poblaciones egipcias, iraquíes, turcas o yemenitas, nada tienen que ver con los palestinos. Además, ningún país árabe quiere aceptarlos después del antecedente del Líbano, donde la presencia de numerosos refugiados palestinos contribuyó a desencadenar una sangrienta guerra civil. Su destino podría estar sellado hacia una diáspora, tal como transitó el pueblo judío en la antigüedad, pero ese callejón pareciera no tener una salida fácil.
Realidades complejas y sin pronóstico cierto. Nada definitivo está escrito aún.
Por Ricardo Auer