Una de las lecturas del resultado de las últimas elecciones podría interpretarse como la conclusión de una ecuación binaria que podríamos resumir en que el mercado le ganó al Estado.
Estar de uno u otro lado hubiera merecido una reflexión algo más compleja que ese reduccionismo básico de autoconsiderarse estatista o privatista, sencillamente porque ambos sistemas son imperfectos.Acaso lo que hubiera sido más razonable era pensar en una complementariedad para que las fallas de uno se subsanen con el protagonismo del otro.
El furibundo mensaje sacralizando el mercado y depreciando al Estado al punto de prometer poco menos que su desguace pone sobre la mesa una discusión que nos hace volver a tiempos en los que parecía que tal rivalidad ya había sido superada.
Hay dos palabras que se enfrentan cuando abordamos este tema: eficiencia y equidad. La primera parecería patrimonio exclusivo del sector privado y la segunda del sector público. ¿Es así? O mejor dicho…¿es irremediablemente así?
Monopolios públicos y privados
En cuanto a la eficiencia del sector privado habría que hacer algunas observaciones. Se cuestiona el monopolio de las empresas estatales, ¿pero acaso transformarlas en un monopolio privado las mejora en algo? Para evitarlo es imprescindible el efecto regulador del Estado. O bien que el mercado cuente con una red lo suficientemente competitiva entre varias empresas del ramo antes de privatizarlas.
Ya electo el futuro presidente descartó cualquier proceso gradualista a su vocación por reducir el Estado a su mínima expresión. Lograr de inmediato el equilibrio fiscal no es otra cosa que augurar un ajuste sin miramientos. “Al primer ministro que gaste más de lo que se le asigna “¡lo echo!” gritó con esa inflexión de ira a la que nos tiene acostumbrados.
De camarada a oligarca
Esas políticas de choque suelen traer algunas consecuencias. En los 90 Rusia sin un marco institucional adecuado de la noche a la mañana privatizó las empresas estatales…es decir todas…generando un festival de robo y corrupción que llevó al grupo de empleados del Estado devenidos en empresarios a la cima de los hombres más ricos de la tierra.
Poco después comenzaron a hacerse visibles los efectos de esas maniobras. Como contracara de la riqueza exhibida por los que despectivamente son llamados “nuevos rusos” -caracterizados por el derroche, la extravagancia y la ostentación-, los sectores menos afortunados se hicieron visibles en sus necesidades básicas. El pase de la dictadura comunista al imperio del mercado hizo que junto a sofisticadas tiendas en Moscú aparecieron muchos menesterosos en procura de satisfacer necesidades básicas apelando a la generosidad de los viandantes.
En este caso la “terapia de choque” fue un tiro de gracia a la forzada igualdad -que no alcanzaba a los capos de la Nomenklatura, claro está- pero que al menos no le hacía faltar a nadie lo mínimo imprescindible para subsistir. Un entramado de chantajes y sobornos ligados al gobierno pusieron en manos del 1 % de la población las riquezas Der toda Rusia. Bienvenida la cartelización.
Ni uno ni otro…acaso ambos
Ya dijimos de que el mercado y el Estado no son sistemas perfectos. El peligro es caer en la idealización de uno u otro. Las decisiones que la ciudadanía ha tomado a través del voto parecieran más un arrebato emocional que el resultado de una reflexión racional y sensata. Pensar en una complementariedad del Estado y lo privado, donde cada uno aporte aquello que es positivo dada su naturaleza y que se neutralicen mutuamente en aquello que fallan no es una fantasía irrealizable.
Más allá de saber que no existe comunidad perfecta hay ejemplos donde la iniciativa privada y el Estado han logrado equilibrios satisfactorios. La existencia de políticas púbicas que garanticen la provisión de servicios sociales a toda la población es una característica de lo que se ha dado en llamar “estado del bienestar”, sin detrimento de la iniciativa privada.
Ganar plata. ¿Qué otra cosa?
Las empresas responden a sus objetivos de rentabilidad. Una aerolínea del estado volará allí donde es necesario aunque no dé superávit, lo que no es esperable si estuviere en manos privadas.
La Educación, la Salud, la vivienda, en suma los servicios esenciales para la supervivencia no pueden estar sometidos al imperio del mercado, pues sólo podrían tener acceso a esos servicios los que puedan pagarlos.
Y he aquí la pregunta que sobreviene inmediatamente después de este planteo: “¿acaso te parece bien cómo funcionan las empresas del Estado?” La necesidad de mejorar su eficiencia no habilita en modo alguno la idea de rematarlas.
Por supuesto que esa interacción de Estado y sector privado requiere de políticas públicas orientadas a objetivos sociales y no al beneficio de individuos de uno u otro sector.
La interacción y un golpe a la meritocracia
El reconocido economista estadounidense Joseph Stiglitz reflexionó mucho sobre esta cuestión.
“El énfasis convencional en los mercados y los gobiernos como sustitutos, más que como complementos, con frecuencia ha conducido a gente bienintencionada y seria a adoptar posturas extremas en relación con el papel del sector público en la economía….[pero]…Ambas instituciones tienen limitaciones; ninguna de ellas da la talla ideal. Un planteamiento mucho más útil es comparar los mercados reales con los efectos reales de la política, para comprender cuándo y dónde tendrían que trazarse las líneas entre el sector público y el privado.” Afirmó.
Hay otra opinión de Stiglitz que a mí me parece fundamental a la hora de analizar la desigualdad social cuando señala que “el 90% de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo o mérito que hagan, mientras que el 90% de los que nacen ricos mueren ricos, independientemente de que hagan o no mérito para ello”.
Por estas horas muchas de las personas que conversan conmigo sobre las bondades de las políticas económicas anunciadas por el nuevo gobierno encajan en esta sentencia. No han trabajado nunca y lo que tienen lo heredaron.
Ciertamente que el arrollador resultado de las elecciones dan muestra de que muchos integrantes de sectores vulnerados también votaron al ganador. Elegir al que menos ofrece soluciones a quienes la pobreza hoy margina no puede entenderse más que como una reacción patológica del genuino hartazgo que hoy los consume.
No entiendo de Economía, pero me aproximo a creer en algunos valores morales de los que una sociedad no debería apartarse. La empatía y la solidaridad no crecen en el campo. Son expresiones culturales cuya carencia nos convierte en caníbales.
El presidente electo sostiene que la justicia social es una aberración. Él es hoy, a pesar de su odio por “la casta”, epítome del corazón de la política. ¿Acaso habrá que esperar que el mercado se comporte más sensiblemente?
Por Nino Ramella