Procesión y eucaristía en la Solemnidad de Santa Cecilia

Se realizó  la procesión y en la Catedral, junto al párroco Ariel Sueiro y los sacerdotes de la diócesis celebraron la eucaristía por los 150 años de la Capilla Santa Cecilia, junto a la comunidad religiosa y educativa de las hermanas del Huerto. En la oportunidad el Administrador diocesano, Pbro Luis Albóniga hizo una homilia sobre “Le hablaré al corazón” .

HOMILIA

Celebramos con alegría un siglo y medio de vida de nuestra iglesia matriz, la capilla dedicada a Santa Cecilia. Ella fue la referencia para el trazado urbano y ha sido testigo de la historia y del desarrollo de nuestra hermosa ciudad. Sobre la Sierra de la Chacra, como se denominaba la loma en que está emplazada, miraba al campo y al mar, y se constituía como el corazón de la colonia que atraería al país entero.

Santa Cecilia fue elegida como patrona. Más allá del hecho de que fuera en honor de Cecilia Robles, esposa de don Patricio Peralta Ramos, Cecilia cuenta desde antiguo con gran devoción en la Iglesia de Roma, en la que es venerada entre sus mártires más ilustres. La casa donde vivía en el Trastevere, barrio de la ciudad eterna; y las catacumbas de san Calixto, donde descansaron sus restos, son testigos de su fuerza inspiradora para tantos cristianos.

La Liturgia de la Palabra de la misa recoge dos aspectos evocados elocuentemente en el testimonio de Cecilia, virgen y mártir. En primer lugar, el amor y, en segundo lugarla necesidad de estar atentos, vigilantes. Veamos lo primero, el amor. El profeta Oseas es, entre los profetas del Antiguo Testamento, el cantor del amor. Oseas sufría un mal terrible, su esposa le era infiel y eso era motivo de gran desdicha. Dios se identifica con el profeta y mediante su vida y su palabra, declara a su pueblo que se siente como un novio y un esposo traicionado. El amor de Dios, fiel e inconmovible, no halla respuesta adecuada en el pueblo, que lo traiciona buscando apoyo y esperanza en el mundo y en los dioses paganos. Todos sabemos cuán dolorosa es la traición, cuando somos defraudados en el amor, en la amistad, en la justicia o el respeto debidos.

Por eso, Dios proyecta una estrategia, no para repudiar a su pueblo, sino para volver a conquistarlo. Piensa llevarlo al desierto para hablarle al corazón y, así, poder suscitar la respuesta de amor tan esperada. Un amor que lejos de ser romántico está madurado por la justicia, el derecho, la fidelidad y la misericordia. La centralidad del amor de Dios da sentido a la convivencia de los seres humanos, los constituye en pueblo y la respuesta de amor a Dios conlleva mucho más que una relación intimista con él. Se despliega en la justicia y el perdón, es fuente de unidad y tiene el poder de integrar las mejores fuerzas y capacidades humanas al servicio del bien común. Este es el sentido de la centralidad de nuestra iglesia matriz en la manzana uno de nuestra ciudad y en la sede diocesana. Fundar nuestra convivencia en los valores que hacen posible el bien de todos, descubrir en cada realidad la centralidad de la dignidad de toda persona y el compromiso por el cuidado corresponsable de todos, en especial de los más débiles. Alejados de este sentido fundamental, los desiertos urbanos y rurales pueden invadirlo todo: el desierto de la soledad de nuestros adultos mayores, el desierto árido de los más pobres e indigentes, el desierto de la justicia largamente esperada, el desierto de la carencia de pan, de afecto, de derecho, de educación o de salud. En esos desiertos Dios quiere tocarnos el corazón, para que nuestra bella ciudad y nuestra rica diócesis, pueda seguir siendo fecunda y se convierta en melodía de justicia, de paz y de fraternidad. Cecilia, patrona de la música, quiere ayudarnos a cantar el amor con gestos concretos y comprometidos que hagan justicia a tantos dones recibidos. Hoy Dios quiere hablarnos al corazón, volver a conquistar nuestra intimidad y animar nuestra mente, nuestras manos y nuestro corazón para dar gloria a su nombre viviendo en la fraternidad.

En segundo lugar, la necesidad de estar atentos, vigilantes. La parábola de las diez jóvenes que esperan al esposo se sitúa en el marco de una fiesta de bodas. Ellas tienen que esperar al esposo que llega a la casa de la esposa, donde ella vivía con sus padres, para llevarla a la casa que habitaran juntos. No saben cuánto tardará y, por ello, deben tener sus lámparas preparadas para que no se apaguen. Dice el Evangelio que unas fueron sensatas, porque se aprovisionaron del combustible, en tanto otras actuaron neciamente, por que fueron negligentes al no proveerse de aceite. Las lámparas de aceite tienen la función práctica de iluminar, pero su valor metafórico consiste en estar velando, esperando. Se usaban en las catacumbas, en el culto, en las vigilias de oración y en el ritual de consagración de las vírgenes que, como Cecilia, se desposaban con el Señor. Cecilia pertenecía al grupo de las jóvenes que esperaban al esposo, más aún, ella misma vivía del amor a Jesús, el esposo por quien entregó su vida en el martirio.

Nuestra diócesis renueva hoy, como cada 22 de noviembre, el deseo de permanecer velando, esperando al esposo. Ayer recibimos la alegre noticia de la designación de nuestro nuevo pastor. Como diócesis estamos vigilantes y orantes esperando al padre obispo José María para seguir caminando con él. También damos gracias por tantas hermanas y hermanos que a lo largo de nuestra historia sirvieron en diferentes lugares y con variados carismas y no dejaron que se apagara la lámpara de la fe, ni escaseara el aceite de la caridad. En particular, damos gracias por la beatificación del Cardenal Pironio, que mantuvo encendida la lámpara de la santidad en nuestra diócesis en tiempos difíciles de nuestra Patria.

Como diócesis renovamos hoy el compromiso de estar atentos y vigilantes. Esto es, comprometidos en la misión, yendo al encuentro de todos. Estar firmes en la esperanza, para que las diferentes situaciones de dificultad y de dolor no nos lleven a bajar los brazos y, a pesar de ellas, poder descubrir la cercanía de Jesús, el amado. Vigilantes en la fe que obra por la caridad, en el servicio incansable en tantas iniciativas de cercanía con los pobres, enfermos, débiles y sufrientes. Pidamos por nuestra diócesis, para que en comunión y guiados por nuestro pastor José María, podamos mantener viva la comunión con toda la Iglesia en la cercanía al papa Francisco y, en el camino de la sinodalidad, ejercitarnos cada día en la vivencia, transmisión y compromiso de la fe. Que Santa Cecilia, patrona de la música, nos ayude a entonar juntos la sinfonía de la alegría que nace del amor de Dios; que madura en nuestros corazones y se hace fecundo en la atención y cuidado de todos y cada uno.