Este 28 de junio se cumplirán 56 años en que las gloriosas FFAA, consideradas la “reserva moral de la Nación”, los defensores de la Patria y los custodios de nuestras buenas costumbres y de la identidad occidental y cristiana perpetraban un nuevo atropello a la civilidad derrocando al presidente Illia.
Los salteadores del poder no estuvieron solos. Buena parte de la ciudadanía acompañó el golpe, algunos activamente y otros con alegría. Tampoco escapan de ser responsables de aquella brutalidad los que vivieron el golpe con indiferencia. También fueron responsables las publicaciones y sus periodistas que dinamitaban cotidianamente la imagen del presidente. No escapó a esa ignominia tampoco algún escritor que hoy veneramos.
Ejemplo de austeridad y a la vez de firmeza. La patraña fue exhibir a un presidente pasivo y campechano que no conducía al Estado. Veamos si fue tan vacilante como lo pintan:
En noviembre de 1963, Illia decidió anular los contratos petroleros firmados por Frondizi que afectaron a 13 compañías, casi todas de origen estadounidense. Las FF.AA. hicieron trascender que la medida “era una grave decisión”.
Una de las primeras leyes aprobadas por el Congreso fue la Ley de Medicamentos, que tantas críticas levantó por parte de los laboratorios y que a lo largo de la historia siguiente se convirtió en un factor de la caída de Illia.
En tres años de gobierno, Illia logró superar la dura recesión heredada con una política de corto plazo que volvió a poner en marcha el crecimiento.
Durante 1964, el PBI aumentó en un 10,3 por ciento y, al año siguiente, fue del 9,1. Ese incremento acumulado de un 20,3 en apenas dos años implicaba una extraordinaria cantidad de bienes y servicios adicionales puestos a disposición de la sociedad.
La actividad de las industrias manufactureras, que representaban entonces la tercera parte del PBI (la producción agropecuaria era un sexto), registró un aumento del 18,9 por ciento en el primer año y del 13,8 en el segundo. O sea que, en dos años, la producción industrial subió el 35,3 por ciento (más de una cuarta parte). De este modo la industria, que en 1961 había logrado una participación máxima en el PBI con el 31,9 por ciento, superó ese coeficiente en 1964 con el 32,5 y alcanzaría en 1965 un récord del 33,9 por ciento.
Ah! tuvo el coraje de vender parte de la producción agraria a China comunista.
A ese hombre epítome de la dignidad, cuyo gobierno no sólo no tuvo acusaciones de tipo alguno sino al que ni siquiera se hicieron reproches administrativos los militares argentinos y no pocos civiles echaron como a un perro.
Aquellos que fueron a la Casa Rosada a sacarlo de ella aquella madrugada del 28 de junio expresaron años después su arrepentimiento, como el coronel Luis César Perlinger, que le mandó esta carta
”Ud. me dio esa madrugada una inolvidable lección de civismo”
”El público reconocimiento que en 1976 hice de mi error, si bien no puede reparar el daño causado, da a usted, uno de los grandes demócratas de nuestro país, la satisfacción que su último acto de gobierno fue transformar en auténtico demócrata a quien lo estaba expulsando por la fuerza de las armas, de su cargo constitucional”.
”Hace unos días en General Roca, Ernesto Sábato dijo a la prensa: ‘¿Sabe qué tendrían que hacer los militares después de este desastre final que estamos presenciando? Ir en procesión hasta la casa del Dr. Illia para pedirle perdón por lo que hicieron”.
”El mensaje de Sábato me ha llevado a escribirle estas líneas que pretenden condensar:
”- Mi pedido de perdón por la acción realizada en 1966. Mi agradecimiento por la lección que Ud. me dio. Mi admiración a Ud., en quien reconozco a uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país. Quiero aclarar que de Ud. hacia mi sólo espero su perdón y que de mí hacia Ud. le deseo todo el bien que el destino le pueda deparar. Saludo a Ud. con toda consideración y respeto.”
No estoy seguro si lo hizo pero si no debió también disculparse Tomás Eloy Martínez por su artículo en Primera Plana (medio que conspiraba contra Illia) ridiculizando a la mujer del presidente, Silvia Elvira Martorell, que la dejaba como una mujer simple y de frágil inteligencia.
Donó sus sueldos. No permitió que el Estado pagara los costos de la enfermedad de su mujer, que murió de cáncer mientras él era presidente. Esos gastos los pagó él vendiendo un Renault Gordini, único bien en su poder. Las últimas palabras de Illia en el hospital, viendo que estaba conectado a unos monitores fueron: “¿Quién va a pagar todo esto?”.
Haciendo orden en mi escritorio y aparecen “aquellas pequeñas cosas” que como dice Serrat “nos hace que lloremos cuando nadie nos ve”. Claro que la mayoría de ellas tienen efecto en uno, en la subjetividad de las propias vivencias.
Pero encontré una carta que acaso pueda conmovernos a todos. La escribió Luis Augusto Caeiro haciéndole un particular pedido a un dirigente radical cordobés, Fernando Morere.
Fue escrita el 19 de septiembre de 1966, a menos de tres meses del derrocamiento de Arturo Illia, de quien Caeiro había sido secretario privado durante su Presidencia.
Dice así:
Estimado Don Fernando:
La próxima semana espero ir por aquellos pagos y conversar con todos los amigos de allá. Quiero hacerles saber que un grupo de amigos de Don Arturo, dado la difícil situación económica en que ha quedado, se han impuesto la misión de juntar unos pesos para ayudarlo, por lo menos, en la vivienda y el pago de las deudas ocasionadas por la muerte de la señora.
Usted verá qué se puede hacer por allá, ya que por poco que sea, siempre significará una ayuda. Cualquier cosa me envía unas líneas a mi escritorio si es que no nos vemos antes.
Reciba un afectuoso saludo
Firma: L. F. Caeiro
A este hombre lo derrocamos y maltratamos. No conquistadores de un país en guerra ni invasores extraterrestres. Fuimos nosotros, los argentinos, que no sé de dónde sacamos el cacareado orgullo de serlo.
Nino Ramella