Llegaron a Estepona, pero la Argentina sigue siendo su hogar
¿Cuánto hace que llegaron a Estepona? Es la pregunta recurrente que muchos se hacen al conocer la historia de estos dos emprendedores. “Vamos por siete, ocho años con los emprendimientos en España”, dicen con una sonrisa franca.
Franco llegó primero, con un destino incierto, pero con una clara visión de avanzar. Trabajó en el restaurante de los padres de Suyai, quienes tienen una parrilla argentina en Estepona. Allí fue donde se conocieron y forjaron una relación que los impulsó a crear su propio proyecto.
Suyai, originaria de Bariloche, decidió mudarse a España cuando tenía solo 14 años. Franco, por su parte, dejó su ciudad natal para encontrar un futuro mejor en el extranjero. El vínculo argentino se mantuvo firme, sin importar las distancias o los cambios culturales. “Es como si ya lo conocieras de siempre”, asegura Franco, refiriéndose a la conexión instantánea que los une con otros argentinos, incluso cuando no comparten el mismo lugar de origen.
“La idiosincrasia, el humor, el estilo de vida argentino” son algunas de las cosas que más extrañan de su país. Aunque ambos han formado una familia en España, en su interior sigue latente la esencia argentina que los define. “Extraño Bariloche, la naturaleza, y a la gente, los amigos, la forma en que nos conectamos“, reflexiona Suyai. “Los argentinos tenemos una manera de ser muy particular, somos sociables, alegres, y tenemos un humor único que no todos entienden”.
Casa Wild: Un proyecto que nació del corazón
Casa Wild no fue una idea que surgió de la noche a la mañana, sino el resultado de un largo proceso de reflexión y experimentación. En un principio, después de haber cerrado su antiguo local, los dos no tenían planes urgentes de abrir algo nuevo. Sin embargo, la pasión por los vinos naturales y las experiencias gastronómicas los llevó a Berlín, donde recorrieron bares y se empaparon de nuevas tendencias. Fue allí donde comenzaron a gestarse las ideas que darían vida a su nuevo proyecto.
“No teníamos mucha intención de abrir algo, pero queríamos seguir creando algo que nos gustara, algo que nos representara”, dice Franco. Cuando encontraron el local en el centro de Estepona, pensaban que solo irían a buscar un espacio para la hermana de Franco, quien es instructora de Pilates. Sin embargo, el destino tenía otros planes y, por casualidad, se encontraron con el propietario del edificio. Este, al ver su entusiasmo, les permitió ver el interior del bar que había estado allí desde 1978, el Bar Aguilar, un lugar muy querido por los locales, pero ya en decadencia.
La renovación del local no fue fácil. Tuvieron que adaptarlo completamente a las normativas actuales, desde los baños hasta la cocina, porque la licencia que tenía el local databa de 1978 y no cumplía con los estándares modernos. Sin embargo, la tenacidad argentina de Suyai y Franco no les permitió rendirse. Montaron un local pequeño pero acogedor, de solo 70 metros cuadrados, con un diseño que maximizó cada centímetro disponible para que todo estuviera en su lugar.
Una propuesta gastronómica con “guiños” argentinos
En cuanto al menú, Casa Wild se aleja de lo convencional y apuesta por una fusión de sabores de distintas culturas, sin olvidar sus raíces argentinas. “Tenemos guiños argentinos”, explica Franco. Las empanadas son uno de los platos más populares, pero con un toque innovador: la empanada acevichada, una combinación de la tradición argentina con el frescor de la gastronomía peruana. Además, cuentan con otras creaciones como la pizza frita, que es una mezcla de varias influencias, desde la pizza napolitana hasta la torta frita argentina. 
La gastronomía de Casa Wild no solo es un homenaje a la cocina argentina, sino una propuesta inclusiva, con platos veganos y sin gluten para aquellos que buscan alternativas más saludables. Uno de los platos que más aceptación ha tenido entre los clientes es el “foie vegano”, un pate que imita a la perfección la textura y el sabor del foie tradicional, pero sin ingredientes de origen animal. “Es el único plato que no sacaremos nunca de la carta”, aseguran con orgullo.
El trabajo duro y el compromiso, la marca de los argentinos
Lo que realmente marca la diferencia entre Suyai, Franco y otros emprendedores es su compromiso con el trabajo. En un entorno como el español, donde las normativas y los costos son elevados, los argentinos no solo sobreviven, sino que prosperan. “Estamos acostumbrados a desarrollarnos en la dificultad”, explica Franco. Para ellos, trabajar en el extranjero no es una excusa para hacer menos, sino un incentivo para hacerlo mejor.
El trabajo en Casa Wild es arduo. “Solo abrimos de noche, porque necesitamos tiempo para producir y preparar todo lo fresco para el servicio”, explican. Las jornadas laborales son largas y exigentes, pero eso no les importa. “Si tenemos que remangarnos y limpiar la calle, lo hacemos”, dicen con la determinación que caracteriza a los argentinos, quienes, a pesar de las dificultades, no le esquivan al esfuerzo.
¿Argentina o España? La pregunta que aún no tiene respuesta
Cuando se les pregunta si volverían a Argentina, las respuestas son claras: “Siempre volveríamos, pero de paseo. Nos gustaría hacer algo allá, quizás en el sur del país. Tal vez invertir en una casa en Bariloche o una quinta en Venado Tuerto”. Pero por ahora, el proyecto de Casa Wild en Estepona es lo que los motiva. “Nos gusta lo que hacemos aquí, y seguimos apostando por Estepona, por la gente que nos ha apoyado”.
El regreso a Argentina no es un tema que preocupe demasiado a Suyai y Franco, porque ya no se sienten como extranjeros. “Los argentinos estamos tan incorporados aquí que ya somos una provincia más”, asegura Suyai. Aunque el sentimiento de extranjería existió en sus primeros años, hoy en día el vínculo entre los argentinos en Estepona se ha fortalecido. La conexión no es solo cultural, sino también emocional, y les permite seguir adelante en un lugar que ahora consideran su segundo hogar.
La impronta argentina en el mundo
Suyai y Franco son dos ejemplos claros de lo que significa ser argentino: trabajadores incansables, resilientes y con una capacidad innata para conectar con los demás. No importa el lugar del mundo en el que se encuentren, siempre llevan consigo la impronta de la Argentina: la alegría, la sociabilidad y el compromiso con lo que hacen. Su historia es la historia de todos los argentinos que, sin importar las dificultades, siguen luchando por sus sueños, a donde sea que vayan.
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Los primeros pasos de La Sureña
Cuando María José y su marido abrieron La Sureña, la Plaza de las Flores era muy diferente a como la conocemos hoy. Aunque había otros bares en la zona, este establecimiento fue uno de los primeros en establecerse de forma sólida en el lugar. Según relata María José, el bar estuvo en un local que anteriormente había sido una tienda de antigüedades, y tuvo que ser adaptado a las nuevas necesidades del negocio. En los primeros años, la familia se encargaba de todo, desde la atención al cliente hasta la cocina. “Para conseguir que el negocio fuera adelante, muchos miembros de la familia colaboraron para ayudarles a levantarlo” afirma.
A pesar de las dificultades iniciales, La Sureña logró mantenerse a flote gracias al trabajo constante y la apuesta por ofrecer un producto de calidad a precios accesibles. Como explica María José, “no se trataba de ganar grandes cantidades de dinero, sino de lograr que los clientes estuvieran contentos y satisfechos con el servicio y la comida”.
El secreto del éxito: las tapas caseras
Una de las claves del éxito de La Sureña ha sido su oferta gastronómica. Las tapas que sirven son caseras, preparadas con productos frescos que reciben a diario de proveedores locales. La ensaladilla rusa, la carne con tomate, y el solomillo a la pimienta son algunas de las especialidades que han conquistado el paladar de los clientes. “Nosotros no estamos acostumbrados a congelar nada”, comenta María José, quien insiste en que la frescura de los ingredientes es fundamental para mantener la calidad de los platos.
Además, la cantidad de las tapas es otro de los puntos que diferencia a La Sureña de otros bares. “Casi las servimos un poco más grandes de lo habitual”, asegura María José. Este compromiso con la calidad y la abundancia ha sido muy apreciado por los clientes, quienes valoran la relación calidad-precio del lugar.
La familia como pilar fundamental
El ambiente de La Sureña es, sin duda, uno de los aspectos que más llama la atención de quienes visitan el bar. La atención al cliente es cercana y personalizada, y eso es algo que María José atribuye a la propia esencia familiar del negocio. “Somos personas muy abiertas, muy familiares”, dice con orgullo. Desde sus inicios, la familia ha estado al frente del establecimiento. Si bien María José y su marido eran los encargados de gestionar el bar, sus padres, hermanos y primos también colaboraron cuando fue necesario para sacar adelante el negocio.
La relación cercana con los clientes, la disposición para escuchar sus opiniones y mejorar en base a sus comentarios, ha sido una de las bases que ha permitido que La Sureña se mantenga como uno de los bares más queridos en Estepona.
La pandemia: un golpe difícil pero superado
Como a muchos otros negocios, la pandemia del COVID-19 fue un golpe duro para La Sureña. Durante el confinamiento, tuvieron que cerrar temporalmente. Sin embargo, la experiencia previa de María José en el mundo de los negocios, “junto con algunos ahorros y el apoyo de sus padres, nos permitió sobrellevar este difícil periodo”. Además, la familia se mantuvo conectada a través de las redes sociales para seguir en contacto con los clientes y mantener el ánimo alto.
El hecho de que no tuvieran que pagar alquiler, debido a que el local era propiedad de sus padres, también les dio un respiro económico durante esos momentos difíciles. “Eso nos abrió las puertas para poder aguantar”, afirma María José.
Una clientela internacional con un corazón local
A lo largo de los años, La Sureña ha conseguido ganarse la fidelidad de los habitantes de Estepona, quienes han sido un apoyo constante para el negocio. “Cuando empezamos, la gente de Estepona nos apoyó mucho”, comenta María José. Aunque el bar ha atraído a una clientela internacional, especialmente durante la temporada alta, los clientes locales han sido clave en su éxito. María José tiene claro que, para que un negocio de este tipo sobreviva, “si no tienes a la gente de Estepona, no funciona”.
A pesar del creciente número de turistas, ella ve la llegada de gente de fuera de manera positiva, ya que, como dice, “más gente siempre es mejor”. La Sureña se ha convertido en un lugar en el que tanto locales como turistas pueden disfrutar de una buena comida y una atmósfera acogedora. Además, la clientela internacional tiende a repetir, lo que ha ayudado a que el negocio siga creciendo.
El futuro de la sureña: continuidad y calidad
A medida que se aproxima el invierno, María José espera que la clientela de Estepona continúe apoyando a La Sureña, aunque la presencia de turistas también es bienvenida. Su objetivo sigue siendo ofrecer una experiencia gastronómica de calidad, con platos frescos y una atención excepcional.
“Queremos que la gente siga viniendo”, afirma con determinación. En cuanto a los platos más populares, María José destaca “la ensaladilla rusa, que tiene una receta secreta que muchos bares intentan replicar sin éxito, y el solomillo a la pimienta, otra de las especialidades que ha sido un éxito rotundo entre los clientes”.
La historia de La Sureña es una de perseverancia, trabajo duro y una gran dosis de amor por la familia y la gastronomía. Con la mirada puesta en el futuro, María José Caravaca Martín continúa demostrando que, más allá de la comida, lo que realmente hace especial a un negocio son las personas que lo gestionan, su compromiso con la calidad y su capacidad para adaptarse a los tiempos cambiantes. En un mundo cada vez más globalizado, La Sureña sigue siendo un rincón familiar en Estepona, donde todos se sienten bienvenidos y apreciados.
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“Esto está abierto desde 1956” recuerda, con la seguridad de quien lleva más de medio siglo escuchando las historias que guardan sus paredes. “Bueno, creo que ya existía antes. Lo que pasa es que mis suegros lo compraron en esa fecha.” Y añade, casi con orgullo, “fue el primer restaurante que hubo. En aquel tiempo no había turismo, no había casi nada, y pertenecía a la familia de mi esposo”
La Fonda Llabrés nació como esas casas de comidas de antaño, donde se ofrecía desayuno, comida y cena a los viajeros que llegaban a la isla. Con el tiempo, la fonda fue creciendo, sin perder su esencia. “La fonda quiere decir eso, un lugar donde se come y también se duerme, pero con un trato familiar, cálido”, explica Ceferina. Hoy, el espacio es oficialmente un hotel boutique, con 21 habitaciones, pero ella insiste en mantener el nombre de fonda. “Porque no quiero quitarle el alma”, dice.
La herencia de un amor y un oficio
Ceferina se casó joven y, junto a su marido, tomó las riendas del negocio familiar. “Cuando nos casamos, mis suegros y mis cuñadas ya se quisieron retirar y nos dejaron a nosotros el mando.” Fueron años de trabajo, de proyectos compartidos y de sueños cumplidos. “Era fácil entonces, porque yo era joven y estaba enamorada. Él tenía las ideas y yo las ejecutaba. Siempre a su lado”, recuerda con ternura.
Pero la vida le puso una prueba dura cuando en 2005 falleció su esposo. “Desde entonces me quedé más sola. Porque cuando está el marido, todo es más bonito… uno coordina, comparte, se apoya. Pero bueno, seguí adelante, por él y por lo que construimos juntos.”
Hoy, con 75 años, confiesa que mantener la tradición se ha vuelto más desafiante. “Ahora ya me resulta un poco más difícil. Es el momento en que tengo que tomar decisiones.” Habla de su hijo mayor quien colabora activamente con ella y ha sido el impulsor de nuevas ideas, como la apertura de una heladería. “Él siempre tiene iniciativas. Vamos a hacer esto, vamos a probar aquello”, cuenta, entre orgullosa y divertida. Su otro hijo trabaja de conserje en un hotel, pero pasa todos los días por la fonda. “Y mis nietos también vienen. Es un negocio familiar, una tradición que continúa.”
Un hogar para generaciones
La Fonda Llabrés no es solo un hotel ni un restaurante. Es un lugar de memoria viva. Hay familias que llevan décadas hospedándose allí. “Tenemos una familia, los Cerdá, y otra, los Carreres, que venían desde los tiempos de mis suegros. Han venido los abuelos, los hijos y ahora los nietos. Para mí eso es muy bonito, es como si fueran de la familia.”
Tanto así que, cuando los Carreres cumplieron 25 años viniendo sin falta, Ceferina organizó un homenaje. “Le dije a la alcaldesa que había que celebrarlo. Así que preparamos un buffet, vinieron los periodistas y la alcaldesa les entregó flores. Fue muy emocionante.”
Esa fidelidad se explica por algo que ella considera su mayor tesoro: la gente. “Aquí atendemos siempre los mismos. Maribel, por ejemplo, lleva 30 años con nosotros; Toni, 35. Y cuando los clientes vuelven cada verano y los atiende la misma persona, eso les encanta. Es como volver a casa.”
El alma mallorquina en cada plato
La cocina de la fonda conserva el sabor de la tradición. “Nosotros hacemos comida mallorquina, aunque claro, también tenemos que incorporar platos que los turistas piden: espaguetis, hamburguesas… hay cosas de las que no te puedes librar”, dice entre risas. Pero lo que realmente tiene fama son sus cocas de patata, una receta heredada de su suegra, y las galletitas que prepara con la fórmula de su madre. “Cada día en la barra hay la receta de mamá”, cuenta con un brillo en los ojos.
Ceferina habla de su trabajo con una devoción que trasciende lo profesional. “Yo no he sacrificado mi vida, mi vida la he vivido aquí”, dice sin dudarlo. Y lo cierto es que su historia se confunde con la de la fonda misma: los años de turismo incipiente, la transformación de Alcudia, de aquel pueblecito de 2.000 habitantes a la ciudad vibrante de hoy, y las olas de visitantes que, verano tras verano, vuelven buscando ese mismo calor humano que solo ella sabe dar.
Los años difíciles y las pequeñas alegrías
Durante la pandemia, la fonda cerró sus puertas por primera vez en décadas. “Fue un tiempo difícil, pero también bonito”, recuerda. “Porque estábamos solos, sin clientes, y compartí mucho con mi nieto. Jugábamos carreras hasta el coche, y yo le decía: si nos ve la policía, nos arrestan. Y él se reía. Era un momento de ternura en medio de tanto miedo.”
A pesar de todo, el negocio sobrevivió. “Tuvimos ayuda del gobierno, los empleados estuvieron en ERTE. Fue duro, pero resistimos. Como siempre.”
Lealtad, amor y promesas
Ceferina ha tenido ofertas para vender la fonda, pero su respuesta es firme: “Por encima de mi cadáver.” Lo dice medio en broma, medio en serio, pero con la convicción de quien entiende que hay cosas que no se negocian. “Sería como serle infiel a mi marido. Él amaba la fonda, porque se crió aquí. Y mantenerla es mi manera de seguir siendo fiel a él.”
El lugar, con su terraza soleada y su aroma a café recién hecho, se ha convertido en símbolo de la historia de Alcudia. Cada rincón tiene una anécdota, una foto antigua, una risa compartida. “Cuando miro esas fotos y veo a mi marido con sus amigos, me parece que todavía están aquí”, confiesa.
Un sueño pendiente y un asado prometido
A lo largo de su vida, Ceferina ha conocido gran parte del mundo, aunque hay un destino que todavía le falta: Argentina. “Nos prometió que cuando viaje con su amiga, la platense Ana Jofre, irá a Mar del Plata para compartir con el Retrato uno de sus clásicos asados”, cuenta riendo, mientras se imagina el viaje. “Tengo muchas ganas de conocer, de probar ese asado argentino del que todos hablan.”
Su entusiasmo es contagioso. Habla con la misma pasión con la que sirve un café o recibe a un huésped. Porque para ella, el trabajo no es solo una ocupación: es una forma de estar en el mundo.
Una vida dedicada a servir
Han pasado 55 años desde que aquella joven Ceferina llegó a Mallorca, y nada parece haber apagado su energía. Cada mañana abre las puertas de la fonda, saluda a los vecinos, revisa las habitaciones, conversa con los clientes y se asegura de que todo funcione como debe.
Cuando le preguntan si piensa retirarse, sonríe: “Mientras tenga fuerzas, seguiré aquí. Porque esto no es solo mi trabajo, es mi casa, mi familia, mi historia.”
Y mientras la vida sigue su curso en la Plaza Constitución, la Fonda Llabrés continúa siendo ese refugio donde el tiempo parece detenerse, donde las generaciones se mezclan y donde una mujer de 75 años demuestra, día tras día, que la verdadera pasión no envejece.
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“A mí me alegra haber vivido todo eso. Me hace feliz. Haber participado, haber colaborado.” dice Norma en un ameno diálogo con el Retrato , con la serenidad de quien sabe que dejó una huella. Su voz, pausada, deja entrever la emoción de aquel tiempo de sueños y desafíos, cuando la ciudad balnearia se preparaba para celebrar su centenario y para convertirse en el epicentro de la cultura nacional.
El nacimiento de una estrella
Corría el año 1973. La Secretaría de Turismo del partido de General Pueyrredón, dirigida por el carismático Lucho Martínez Tecco, buscaba una forma de jerarquizar la oferta teatral de cada verano. “Lucho quería que viniera lo mejor del espectáculo, que Mar del Plata fuera sinónimo de calidad,” recuerda Norma en su charla con el Retrato
Fue entonces cuando surgió la idea: un premio que reconociera la excelencia de los artistas y las producciones que llegaban a la ciudad, algo que, al mismo tiempo, sirviera de incentivo y promoción turística.
“Él pensó en algo como el Martín Fierro o el Oscar. Un premio con brillo propio, con proyección nacional e internacional”, cuenta.
Un día, caminando hacia su oficina en Turismo, Norma se cruzó con una imagen que sellaría la historia. “Venía por la costa y veía las estrellas de mar varadas en la arena. Le dije a Lucho: ‘¿Por qué no una estrella de mar?’. Él me miró y dijo: ‘¡Ese es el nombre!’. Coincide con las estrellas del espectáculo y con el mar de nuestra ciudad’.”
Así nació el nombre y el símbolo que, cinco décadas después, sigue marcando cada temporada marplatense.
La primera gala y los grandes nombres
La primera entrega de los Premios Estrella de Mar se celebró en el Salón Delfín del Hotel Provincial, que estaba a cargo e Florencio Aldrey. Entre los ganadores de aquella edición fundacional estuvieron, entre otros, Nuria Espert, Gianni Lunadei, China Zorrilla, Antonio Gades, Les Luthiers y el Circo Thiani.
El jurado reunió figuras notables del periodismo y la cultura, como Horacio de Dios, Jorge Jacobson, Ignacio Ezcurra, Erik Nion, Gregorio Nachman y Pupeto Mastropascua, entre otros.
“Fue algo modesto, con poca gente, pero de una trascendencia enorme.” dice Norma. “A partir de entonces, cada temporada comenzó a mirar hacia Mar del Plata no solo por sus playas, sino también por su arte y su cultura.”
Los primeros trofeos eran sencillos: una base de madera y una estrella dorada que fue realizada por Raúl Milano. Pero su brillo simbólico superaba cualquier lujo material. Era el reconocimiento de una ciudad que quería celebrar el arte.
El centenario y el despertar de una ciudad
Mientras los Estrella de Mar daban sus primeros pasos, Mar del Plata se preparaba para su gran fiesta del Centenario, en 1974. Norma, entonces funcionaria activa de Turismo, recuerda aquellos días con una mezcla de agotamiento y felicidad.
“Casi no dormía. A veces pasaba 72 horas sin cerrar los ojos. Al final el festejo terminé llorando, de cansancio y emoción. Pero la gente acompañaba, todos trabajábamos por amor a la ciudad.”
La fiesta principal se realizó el 10 de febrero de 1974, bajo una lluvia torrencial que no logró empañar el ánimo. “La torta del centenario terminó desparramada por el piso, pero todos igual festejábamos”, ríe al recordarlo.
Durante todo ese año se organizaron más de 250 congresos y eventos, un impulso que transformó a Mar del Plata en una sede turística y cultural de nivel nacional.
“Habíamos invitado a todas las instituciones, colegios, asociaciones, médicos, abogados. Logramos que los congresos nacionales se hicieran en Mar del Plata. Eso cambió todo.”
El espíritu de un tiempo irrepetible
Norma menciona con gratitud a quienes compartieron aquellos años: Irma Beatriz Valdés, la contadora “correcta como pocas”, ‘Popy’ Muñoz, y tantos otros empleados municipales que “daban todo para que las cosas salieran bien”.
“Era la época de las máquinas de escribir. No podías equivocarte. Me quedaba hasta las seis de la mañana escribiendo, dormía media hora y seguía.”
La ciudad vivía un entusiasmo colectivo: fiestas como la Avenida del Ruido, donde todas las boites de la Avenida Constitución sacaron su música a la calle, copas al aire y bailes bajo el cielo de verano. “Toda Constitución fue una fiesta. Fue un brindis total.”
De Mar del Plata a Mallorca: la distancia y la memoria
Hoy, desde su vida tranquila en Mallorca, Norma contempla con cierta melancolía el paso del tiempo. “A veces no entiendo cómo en los 150 años de Mar del Plata no planificaron algo grande, con tiempo, como hicimos nosotros. Las celebraciones unen, hacen sentir orgullo.”
Sus palabras suenan como una carta al pasado, pero también como una lección. Porque detrás de los premios, de las luces y las ceremonias, hubo una generación que creyó que una ciudad podía brillar si se lo proponía.
“Mar del Plata empezó su verdadero boom en esos años. Éramos 200 mil habitantes. Hoy son casi un millón. Pero el alma de la ciudad sigue ahí, en cada verano, en cada teatro que levanta su telón.”
Norma sonríe. Afuera, el sol de Mallorca se refleja en el mar. En el horizonte, parece que aún titilan aquellas estrellas de mar que un día ella ayudó a imaginar.
Cincuenta años después, los Premios Estrella de Mar siguen reconociendo el talento, la pasión y el esfuerzo de artistas de todo el país. Pero detrás de ese símbolo, hay una historia de visión y trabajo colectivo, una historia que comenzó con una mujer que, una mañana de 1973, caminando por la playa, vio una estrella en la arena y decidió que debía brillar para siempre.
Desde entonces, la ciudad ha crecido en esta apuesta: primero con unos cuantos murales, después con decenas, y hoy con más de 60 obras de envergadura repartidas por distintos barrios.
Cómo se originó
La idea germinó en 2012, impulsada por el propio ayuntamiento, para revitalizar fachadas y transformar la ciudad en un escenario de arte, disfrute y descubrimiento. Posteriormente, en 2017, nació el primer I Concurso Internacional de Murales de Estepona, una convocatoria que permitió a artistas nacionales e internacionales intervenir simultáneamente en fachadas de la localidad.
Cada nueva edición del concurso añade diez murales más al patrimonio urbano, permitiendo así que la ruta se expanda y que este ‘museo al aire libre’ envejezca bien, cargado de anécdotas, estilos y miradas diversas.
Importantes premios
El primer premio alcanzó los 10.000 €, el segundo los 5.000 €, y los ocho finalistas recibieron 1.500 € cada uno. El certamen alcanzó un récord de 116 propuestas procedentes de una docena de países en su última convocatoria, lo que da una idea de su repercusión.
Artistas que han intervenido

La nómina de artistas es tan rica como variada, mezclando talento local, nacional e internacional.Entre los ganadores más recientes figuran: Ignacio Basave Cavanna (Madrid), Manuel Moreno Guirao (Malagueño afincado en Melbourne), el ruso Vyacheslav Gunin , Lalone (Eduardo Luque Puertas).
Artistas esteponeros identificaron el Retrato que “entre los pioneros de la ruta están Conchi Álvarez, Ana Cecilia Salinas o Francisco Alarcón, que en los primeros años del proyecto intervinieron fachadas del municipio”
Así pues, la mezcla es explosiva: artistas locales que conocen la calle de Estepona, junto a creadores de Alemania, México, Australia o Sudáfrica que han enviado propuestas al concurso.
Un paseo colorido con significado
Más allá del amarillo de las fachadas o del azul del Mediterráneo que muchas obras evocan, estos murales tienen un propósito: regenerar barrios, atraer turismo cultural, y proyectar que Estepona no es solo playa, sino también creatividad urbana. Para el municipio, es una seña de identidad; para España, un ejemplo de cómo el arte público puede integrarse en la ciudad y convertirse en patrimonio colectivo.
Cada mural habla de historia, comunidad, paisaje y desafío creativo. Así cuando se paseas por las calles de Estepona, mira hacia arriba: allí quizá esté “La Caída”, o “Musas”, o “El vínculo que nos une”. Murales que trascienden colores para crear comunidad, memoria y belleza.
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Llegar a esta zona en la península y no caminar sus estrechas calles, más allá de la persistente lluvia, sería un verdadero pecado. Y más lo sería no observar, por mas agua que caiga, a la Alhambra, que se alza como un faro dorado sobre la colina de la Sabika.
Sus torres, empapadas por la lluvia, parecen respirar entre destellos de luz y sombras, mientras los paraguas de los turistas dibujan un mosaico de colores que se mueve lentamente por las calles empedradas.
El aroma a tierra mojada y azahar desprendido de los jardines del Albaicín envuelve la escena. Desde el Paseo de los Pontones, o de los Tristes, como muchos aún lo llaman, apoyados en que ese era el camino que usaban los deudos para transportar a sus fallecidos, camino al cementerio.
Por el lugar transitan decenas de visitantes se detienen, pese al chaparrón, para admirar la fortaleza nazarí reflejada en los charcos. Algunos alzan sus móviles, otros simplemente contemplan en silencio, conscientes de estar ante una imagen irrepetible: la Alhambra bajo la lluvia, con sus muros iluminados que parecen fundirse en oro líquido.
La lluvia, lejos de ahuyentar a los visitantes, parece conferir al conjunto monumental una belleza íntima, casi melancólica. La iluminación de lo que fue ciudad palatina, Casa Real cristiana, Capitanía General del Reino de Granada, y fortaleza militar hasta llegar a su declaración como Monumento en 1870, le da un aura especial a los contornos de la Torre de la Vela y el Palacio de Carlos V, mientras el agua corre por los canales antiguos, recordando el pasado musulmán de la ciudad.
“Es como si la Alhambra respirara distinta”, comenta una turista argentina que aguarda bajo su paraguas naranja. “De día es majestuosa, pero de noche, mojada y silenciosa, parece viva”. A su lado, un grupo de visitantes asiáticos se toma fotografías, las luces reflejadas en los charcos convirtiendo cada imagen en un cuadro impresionista.
A lo lejos, las campanas de la Catedral marcan la hora. En el mirador de San Nicolás, las gotas resbalan sobre los muros de piedra mientras tres músicos callejeros afinan sus guitarras bajo un toldo improvisado. La ciudad entera parece rendirse ante la misma escena: la Alhambra iluminada, suspendida en el tiempo, resplandeciendo entre la lluvia como un sueño que se niega a desaparecer.
Granada, en noches como esta, no es solo una ciudad:
es un espejo de luz y memoria donde la historia sigue brillando, incluso bajo el agua.
Nosotros felices de haber sido partícipes, a pesar de la lluviosa jornada, de una visita que no dudamos, será inolvidable
M.A.
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De la idea a los planes: historia de un proyecto que resiste
El sueño de conectar España y Marruecos a través de un paso fijo bajo el Estrecho de Gibraltar surgió a finales de los años setenta, cuando la movilidad internacional, la cooperación energética y el comercio vivían un claro proceso de expansión. A principios de los años ochenta se fundó la Sociedad Española de Estudios para la Comunicación Fija del Estrecho de Gibraltar (SECEGSA), la entidad pública encargada de analizar la viabilidad de la infraestructura. Su homóloga marroquí, la SNED, haría lo mismo desde el otro lado.
Durante décadas, el proyecto ha conocido diferentes formas y prioridades. Originalmente se barajaron opciones de puente, aunque pronto quedaron descartadas debido a la orografía, la profundidad marina y la fuerte actividad sísmica en la zona. Desde entonces, todos los esfuerzos se centraron en el diseño de un túnel submarino y las propuestas han ido variando desde un uso mixto de tren y carretera hasta la visión actual, centrada únicamente en el ferrocarril.
A lo largo de estos cuarenta años, se han producido repetidas oleadas de interés político y nuevas partidas presupuestarias para reactivar los estudios. Sólo desde 2016, SECEGSA ha recibido más de dos millones de euros en ingresos, aunque otras estimaciones elevan la inversión pública hasta más de cincuenta millones de euros incluyendo los recursos gestionados durante todo el periodo de la empresa. En 2023, el Estado destinó 750.000 euros a la actualización del anteproyecto e incluyó una partida adicional de 1,5 millones para el estudio del enlace entre Europa y África.
El ejecutivo español ha contado con la colaboración de ingenierías de referencia en túneles, como la filial española de Herrenknecht, autora de estudios y proyectos de perforación de gran envergadura en Europa y Asia. Su informe más reciente, encargado para analizar la viabilidad técnica del paso, confirma que el túnel sería técnicamente posible, aunque enfrentaría enormes desafíos logísticos, económicos y medioambientales.
A pesar de los avances técnicos, la decisión política definitiva sigue pendiente. Según fuentes gubernamentales y diversos medios, ambas partes se han dado hasta 2027 para decidir si se acomete la obra, avalados por los estudios realizados en la última década. El calendario tentativo sitúa el arranque de los trabajos previos en 2030 y la apertura del enlace, si todo avanza según lo previsto, para el horizonte de 2040. Hasta la fecha, el Estrecho de Gibraltar sigue siendo una frontera por salvar bajo el mar.
Así sería el túnel: trazado, tecnología y presupuesto
El diseño actual prioriza una conexión ferroviaria subterránea de unos 42 kilómetros, de los cuales cerca de 28 discurrirían bajo el mar, en una franja de menor profundidad denominada “Umbral del Estrecho”, entre Punta Paloma, en la costa de Cádiz, y Punta Malabata, en las cercanías de Tánger. Esta ruta permite aprovechar una distancia más corta bajo el agua y afrontar mejor las condiciones geológicas adversas del entorno.
La obra estaría compuesta por tres galerías: dos destinadas al tránsito de trenes de alta velocidad y mercancías, y una galería intermedia dedicada a servicios, evacuación y soporte técnico. El objetivo es conectar las redes ferroviarias europeas y magrebíes, de modo que los pasajeros y la carga puedan viajar desde ciudades como Madrid, París, Rabat o Casablanca de forma directa, atravesando el fondo marino. Este enfoque replica el modelo del Eurotúnel que comunica Francia y Reino Unido bajo el Canal de la Mancha, pero en un contexto geográfico y sísmico más complejo.
El reto técnico es considerable. El túnel alcanzaría profundidades máximas de hasta 475 metros y exigirá maquinaria específica para excavar bajo presión y en condiciones de rocas y sedimentos variables. El informe técnico de Herrenknecht ha insistido en las dificultades derivadas de la orografía y la sismicidad, subrayando la necesidad de desarrollar una galería de reconocimiento como primera fase, con una duración estimada de seis a nueve años antes de acometer el túnel principal.
En cuanto al presupuesto, los cálculos más recientes sitúan la inversión inicial necesaria en torno a 8.500 millones de euros para el tramo español, cifra considerablemente menor a los 15.000 millones barajados en años anteriores. Parte de la financiación podría llegar a través de los fondos europeos Next Generation, lo que aliviaría la carga sobre las arcas nacionales. Hasta ahora, la mayor parte de los recursos invertidos han ido destinados a estudios de viabilidad, prospecciones geológicas y funcionamiento de SECEGSA.
La decisión sobre la construcción está prevista para 2027, tras la evaluación de los últimos informes técnicos y económicos. Si avanza según lo planificado, el túnel entre Europa y Marruecos a través de España abriría una nueva etapa en la movilidad, la logística y la cooperación internacional entre los dos continentes. Mientras tanto, la conexión ferroviaria bajo el Estrecho sigue siendo uno de los sueños de la ingeniería moderna, pendiente de financiación, acuerdo final y de los avances tecnológicos que permitan convertirlo en realidad.
Fuente: Infobae España
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En su paso. el Retrato, a pesar del invierno que comenzó a castigar la isla, pudo observar un movimiento turistico importante, que se mezcla con los tradicionales pescadores de la zona.
De pescadores a yates de lujo
La vida del puerto gira en torno al mar: su Club de Vela cuenta con alrededor de 500 amarres, todos ocupados en temporada alta por embarcaciones deportivas. En paralelo, existe una lonja tradicional: por la tarde, los pescadores locales ofrecen su pesca fresca en un pequeño edificio sobre el muelle, un guiño auténtico a sus raíces marítimas.
Aunque la pesca ya no es la base económica principal, perdura con carácter artesanal: muchos lugareños salen en sus llaüts (embarcaciones tradicionales) para pescar por gusto o para consumo local. El motor real de la economía hoy es el turismo, especialmente aquel de perfil elevado. Port d’Andratx es un destino residencial de lujo, cosmopolita, con bares, tiendas boutique y restaurantes a la vera del mar.
Turismo y vecindario: una mezcla de culturas
El puerto late con un turismo de élite: no es tanto un simple sitio para pasar el día, sino para asentarse. Muchos de los residentes permanentes son extranjeros, especialmente alemanes, británicos y escandinavos. Algunos poseen segundas residencias o villas espectaculares en las colinas que dominan la bahía.
En cuanto a personajes ilustres, el puerto ha sido refugio de celebridades: en su momento han pasado por allí figuras como la exmodelo Claudia Schiffer, el cineasta Guy Hamilton, el expresidente Felipe González y hasta la cantante de ópera Régine Crespin.
Arte y casas de ensueño desde la banquina
Sí, también hay un pulso artístico notable. En La Mola (una zona elevada) se encuentra el Museo Liedtke, creado por el artista Dieter Walter Liedtke. A lo largo del puerto y sus rocas se alzan villas de alto standing, algunas diseñadas con sensibilidad estética: no es extraño que artistas, empresarios y millonarios posean residencias con vistas directas al agua.
Arquitectura, historia y noches vivas
El paseo marítimo se anima especialmente al caer la tarde. Allí conviven tiendas de diseño, galerías, restaurantes con terraza y un ritmo nocturno relajado pero sofisticado. Se pueden ver todavía torres antiguas de defensa, como la de Sant Carles en La Mola, que evocan la historia corsaria de la zona, junto con una iglesia tradicional: la de Nuestra Señora del Carmen.
Conflictos silenciosos
A pesar del glamour, no todo es idílico. Existe una presión inmobiliaria creciente: los precios suben, y muchos lamentan que el modelo de “turismo de ricos” desplace la vida tradicional isleña. Algunas de las tiendas históricas han cerrado, reemplazadas por inmobiliarias que apuntan a compradores extranjeros de alto poder adquisitivo.
En definitiva: el Puerto de Andrach es un elegante equilibrio entre su pasado de pescadores y su presente de puerto de lujo. Turísticamente activo, residencial para ricos, cultural para quienes saben mirar: una postal mediterránea made in Mallorca.
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“Los inmigrantes son trabajadores, y todos tienen derecho a prosperar”
Ante las críticas que ciertos sectores locales lanzan contra la población inmigrante, San Pedro Cascón responde con ejemplos concretos. “Yo no he topado con personas malas. Tengo empleadas de Ecuador y de otros lugares, y todas tienen sus papeles”, afirma con naturalidad. En su negocio, la presencia de personas extranjeras no es motivo de conflicto, sino un pilar esencial para el funcionamiento diario.
Este testimonio contrasta con las quejas que se escuchan en municipios como Pollença, Puerto Pollença o Palma, donde algunos residentes atribuyen a la inmigración problemas de convivencia o saturación de servicios. Sin embargo, San Pedro defiende que el problema no está en los inmigrantes, sino en la falta de reconocimiento hacia su aportación. “Trabajan, se esfuerzan, pagan impuestos y hacen su vida aquí. Son parte de nosotros”, subraya.
Contra el discurso antiturismo: “Que vayan a sembrar coles como antes”
Más encendida se muestra al hablar del movimiento antiturismo, que en los últimos años ha ganado visibilidad con manifestaciones y lemas como “Mallorca no es un parque temático”. Para Ceferina, estas posturas resultan incomprensibles. “Ay, horrible, por favor. Que vayan a sembrar coles como hacían antes. La gente vivía del campo y pasaba hambre”, recuerda con cierta ironía.
Su argumento no es nostálgico, sino pragmático. El turismo, afirma, transformó la economía mallorquina, sacándola de la pobreza rural y conectándola con el mundo. “Los turistas nos han traído riqueza y cultura. Nos la traen directamente aquí, no tenemos que irla a buscar”, sostiene.
San Pedro considera, además, que los antituristas olvidan una verdad simple: “En cualquier momento, todos somos turistas también. Si ellos viajan y los rechazan en otro país, sabrán lo que se siente.”
“El progreso tiene un precio, pero no podemos volver atrás”
Crítica con la administración local, Ceferina lamenta que el Ayuntamiento no facilite la vida de los empresarios: “Tú tienes que pagar todo: sillas, metros, licencias. No hay beneficios de nada.” Aun así, no pierde la fe en el esfuerzo individual como motor de desarrollo.
Su discurso, más allá de las polémicas, refleja una Mallorca real y silenciosa, la de quienes ven en la diversidad y el turismo no una amenaza, sino una oportunidad para mantener viva la isla. En tiempos de fronteras mentales y físicas, su voz resuena como una defensa del trabajo, la convivencia y la memoria.
“Gracias al turismo y a los inmigrantes, Mallorca vive mejor. Lo que falta es gratitud y sentido común.”
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Por entonces, los tiempos eran distintos. En Salamanca ganaba apenas 200 pesetas, pero en Alcudia su salario ascendió a 5.000 pesetas al mes, una fortuna para una joven de su edad. Aquel cambio representaba mucho más que dinero: era la promesa de una nueva vida, de independencia y, sin saberlo aún, del amor.
El encuentro que cambió su vida
Llegó junto a otras 28 chicas de la provincia, todas con la misma ilusión de forjarse un futuro en esa tierra desconocida bañada por el mar.
Una tarde, tras una larga jornada sirviendo desayunos, comidas y cenas, decidió junto a una amiga aventurarse a un Can Picafort. Fueron en autobús, pero al regreso no había transporte. Rieron, hicieron autostop y el destino, caprichoso y romántico, decidió intervenir.
Un coche se detuvo. José Llabres conducía. Aquel encuentro casual fue el inicio de una historia que el tiempo aún susurra entre las calles de Alcudia. Conversaron, se rieron, y al poco tiempo José les prometió volver a buscarlas. Y cumplió. Desde entonces, sus vidas empezaron a entrelazarse, puntada a puntada, como las telas que ella cosía con paciencia y amor.
De José la cautivó algo que pocos hombres poseen: su manera de hablar. Aunque era mallorquín, había estudiado el bachillerato en Lluc, un monasterio con una educación rigurosa, y su gramática perfecta la fascinó. “Me enamoré locamente”, recuerda con una sonrisa dulce y melancólica.
Su amor creció rápido, sincero, sin artificios ni promesas vacías, y al año y medio se casaron. Viajaron a Salamanca para pedir la mano de ella a su padre, quien, aunque al principio dudaba de aquella unión tan lejana, terminó aceptando con cariño y orgullo.
Con el tiempo, toda su familia terminó también mudándose a Mallorca, llevados por el cariño y las oportunidades que la isla ofrecía. El amor no solo había unido a dos personas, sino a dos familias enteras.
Un legado que perdura
Hoy, muchos años después, recuerda con ternura a José, su gran amor, quien ya no está físicamente, pero vive en cada rincón de su memoria.
“Aunque vaya como ha ido hasta ahora, con que sigamos mejorando, ya me conformo”, dice con serenidad. En sus palabras hay sabiduría y calma, la paz de quien ha amado profundamente y ha trabajado con dignidad.
Su vida, como sus costuras, está hecha de dedicación, paciencia y amor. Y aunque el hilo del tiempo se haya llevado a José, su historia sigue bordada en el corazón de Alcudia, donde una joven salmantina encontró, sin buscarlo, el amor eterno.
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